La naturaleza lo dotó de una inteligencia preclara y de una fe extraordinaria. Esas dos cualidades lo hicieron un triunfador, aunque engañara con su presunta debilidad física.

Artagnan Pérez Méndez era un hombre vigoroso y firme en su creencia en valores de trascendencia. Trabajador incansable, metódico y perspicaz, creó una obra didáctica y un ejemplo como profesor que perdura en quienes fueron sus alumnos a todos los niveles.

Dotado de un humor extraordinario y profundo, era, al mismo tiempo, serio en el cumplimiento de su deber, apegado a su familia y un ciudadano preocupado por su comunidad y su país.

Los cursillistas de cristiandad saben que publicó un boletín para ellos, “El Cirineo”, por cincuenta años consecutivos. Los estudiantes universitarios han leído más páginas suyas en derecho penal, procesal civil y liberalidades y sucesiones, que de cualquier otro autor y los antiguos alumnos del bachillerato recuerdan sus libros sobre música y biología, así como lo recuerdan estudiantes en San Cristóbal, Santo Domingo, Santiago y todo el Cibao.

Fue abogado consciente de que aun el más malvado de los criminales requiere de una defensa que garantice sus derechos en los tribunales. Un león furioso en los estrados, era siempre el oráculo sereno donde acudían postulantes bisoños a buscar en el cofre de su sabiduría, la solución a los casos más intrincados.

Artagnan Pérez Méndez fue un hombre del renacimiento que a pesar de nunca abandonar su lar nativo supo esparcir su influencia bienhechora por toda la geografía nacional. El país sentirá la ausencia de este ciudadano, maestro y padre ejemplar. Descansa en paz, Arti.

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