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:: Los peligros de la extrema derecha
Los peligros de la extrema derecha

Por: David Álvarez/Acento - 05/04/2024

Las posibilidades de que Donald Trump retorne a la presidencia de los Estados Unidos o el genocidio que Benjamín Netanyahu ejecuta contra la población civil de Palestina, son dos signos políticos muy graves del curso que están tomando sociedades democráticas hacia formas autoritarias de gobierno. El despotismo de Xi Jinping o Vladimir Putin son indudablemente riesgos de semejante calado a los mencionados para una humanidad que asiste a la reducción dramática de sus derechos y la banalización de la dignidad de todos los hombres y mujeres que habitamos la tierra.

Dos autores, en dos extremos, acaban de publicar sendos libros que intentan analizar esa situación. Susan Neiman con su libro Izquierda ? woke (Editorial Debate, enero 2024) y Francis Fukuyama -sí, el mismo del Fin de la Historia– con un ensayo titulado El liberalismo y sus desencantos. Cómo defender y salvaguardar nuestras democracias liberales (Ediciones Deusto, 2022).

Y señalo que están en lados opuestos porque mientras Neiman se reafirma de izquierda en cuanto tiene “un compromiso con el universalismo frente al tribalismo, una distinción clara entre justicia y poder y un creencia en la posibilidad de progreso (y que) todas esas ideas están conectadas entre sí”; Fukuyama es fiel al ideario liberal clásico al afirmarse como convencido de construir sociedades que: “…otorgan derechos a los individuos, el más fundamental de los cuales es el derecho a la autonomía, esto es, la capacidad de tomar decisiones relacionadas con la expresión, la asociación, las creencias y, en última instancia la vida política (…) el derecho a la propiedad privada y a realizar transacciones económicas (…) el derecho a ostentar una parte del poder político a través del derecho al voto”.

Por supuesto definir izquierda y liberal tiene otras vertientes, pero creo que en estas definiciones Neiman y Fukuyama van a la esencia de las mismas y se confiesan seguidores de cada postura respectivamente.

Para ambos el ascenso de liderazgos y movimientos políticos y sociales de extrema derecha son un peligro serio para la convivencia política y social basada en la racionalidad del diálogo sincero entre todos los actores, el reconocimiento de los derechos humanos (con sus énfasis diversos) y la participación activa de todos los ciudadanos en la actividad política. La extrema derecha erosiona el ordenamiento jurídico, genera liderazgos emocionales y mesiánicos, estimula el tribalismo (el nacionalismo chovinista o los regionalismos fanatizados), el racismo y la xenofobia, la misoginia y la homofobia.

Frente a los procesos de la política sensata, la extrema derecha promueve la violencia verbal, la descalificación de los que no piensan como ellos y el uso de un vocabulario muy agresivo donde términos como destruir, aniquilar, reducir, humillar…se usan constantemente.

En América Latina el autoritarismo de la extrema derecha encuentra ejemplos notables en Milei, Bukele y Boluarte, pero también en la izquierda aparecen nefastos ejemplos como Maduro y Ortega que ahogan sus sociedades políticamente eliminado por diversas vías a quienes piensan diferente. En España las autonomías donde Vox ha accedido a cuotas de poder, gracias a la derechización extrema del PP, han retrocedido derechos y vuelta la tóxica niebla social del franquismo.

En la vida política dominicana la extrema derecha no ha pasado de dos o tres partidos que juntos no suman un 2% de la población, con una desquiciada propaganda antihaitiana y misógina, pero los tres grandes candidatos (Abinader, Fernández y Martínez) han coqueteado con el racismo antihaitiano como recurso electorero. Expresión clara de la expansión del populismo en nuestros principales partidos políticos, que junto al clientelismo, van matando la democracia dominicana.

El reeleccionismo, como negación de la riqueza de la democracia y una de las perversiones del caudillismo, fue promovida por Balaguer, Hipólito Mejía y Danilo Medina. El caso de Balaguer es tan obsceno que para sacarlo del poder en 1962, 1978 y 1996 hubo que generar procesos de movilización de masas, búsqueda de respaldos internacionales y hasta modificaciones a la Constitución. Merecen reconocimiento Antonio Guzmán y Salvador Jorge Blanco que pudiendo reelegirse no lo hicieron y Leonel Fernández que en su primer periodo no promovió modificar la constitución para reelegirse.

Más allá de la etiqueta de extrema derecha, siempre compleja de delimitar, es indudable que el problema más grave son las formas autoritarias de gobierno que van minando la democracia y el Estado de derecho, que abarca multitud de gobiernos de diferentes signos. Le presto atención al análisis de Joan María Thomas (Los fascismos españoles, Ariel, 2019) que advierte del grave error de considerar a muchos de estos movimientos actuales como fascistas, ya que el fascismo tiene características muy propias y momentos determinados en la historia de Europa, semejante a nuestro caso con el uso de “trujillismo”, que el mismo Bosch siempre indicó con precisión que el trujillismo cesó de existir desde el 31 de mayo del 1961. Neiman incluso señala que: “Utilizo las palabras “proto” y “fascista” con precaución”.

La Iglesia Católica, en cuanto microcosmos en el seno del cosmos social de la humanidad, y mas preciso de Occidente, vive y padece su propio proceso de enfrentamiento de la extrema derecha religiosa contra el liderazgo de Francisco. Todos los discursos de cardenales, obispos, curas y laicos que rechazan la apertura del actual papado a los problemas de la pobreza, el deterioro del medio ambiente, la discriminación de los emigrantes, las mujeres y los homosexuales, emanan de un modelo eclesial inserto medularmente con los sectores dominantes de las finanzas, el poder político y las prácticas autoritarias. No es un tema teológico, ni pastoral, es un tema de intereses económicos y políticos, por eso no es de extrañar que la pus de esa enfermedad ultramontana salga con los casos de pederastia y la corrupción en el uso de grandes cantidades de dinero en el seno de estructuras eclesiales. La fiebre no está en las liturgias, el catecismo o las doctrinas, está en los compromisos de esos sectores con el poder y la riqueza.



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