Lo que acaba de ocurrir en Brasil con la destitución por juicio político de la presidenta Dilma Rousseff, es un peligroso precedente que puede provocar que todos nuestros sistemas políticos se tambaleen.

El juicio político es una institución acreditada en los sistemas presidencialistas. No se trata de abjurar de la figura, que constituye una de las válvulas de salida del sistema, sino de las implicaciones que tiene la forma en que ha sido llevado, por segunda vez, en esa gran nación.

A partir del ejemplo de Brasil, las oposiciones políticas en nuestros países se sentirán autorizadas a desestabilizar el sistema y tratar de llegar al poder por esa vía, a pesar de que las urnas se lo negaron. Ya se sabe que en nuestros países nadie pierde elecciones…

Ese peligro creará una distorsión mayor en el sistema político, pues obligará a los partidos en el poder a “blindarse”, es decir a utilizar todos los recursos posibles para tener mayorías en los congresos y controlar la judicatura y todos los centros de poder para evitar las asonadas “legales”.

Esto, a su vez, politiza a toda la sociedad, incluyendo a los militares, y la convierte en un campo de Marte con enemigos irreductibles. De ahí al descrédito de todos los valores e instituciones en que se fundamenta el sistema democrático solo hay un paso.

No juzgamos si la destitución de la presidenta brasileña tiene méritos o no, como caso particular. Nos preocupa la utilización de un mecanismo de control político neutral con fines de avanzar propósitos de poder de grupos que no fueron favorecidos en las urnas. Es una burla a la voluntad popular y un precedente nefasto para la democracia Latinoamérica en permanente construcción.

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