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:: Carta al Presidente
Carta al Presidente

Por: José Luis Taveras/Acento - 10/11/2015

Le escribo como ciudadano porque no tengo otra condición más noble. Señor Presidente, no sé si lo que usted se reserva en palabras lo remedia escuchando. Creo que es austero en ambas cosas. Lo entiendo: es ocioso hablar cuando no se tienen las respuestas.

Una vez lamenté la infausta decisión de reelegirse, no por usted, sino por lo que esa aventura suponía; consumado el hecho, confirmo mis temores: su gobierno luce extenuado, sin pujanzas para renovarse ni sorprender. Las expectativas que al principio despertó se evaporaron. Usted creyó que aquella simpatía era sincera y propia, pues no, se la prestó el momento, matizado entonces por el repudio a Leonel, a quien usted remató con impiedad política. Desde que se quedó solo en el proscenio, empezaron sus tumbos sobre los restos del león; la caída ha devenido en cascada y era de suponerse porque las circunstancias nunca son consistentes. Ya se pone en duda su triunfo en primera vuelta. Claro, todavía usted no ha sacado su portentoso arsenal; las encuestas están en sus bolsillos y su popularidad, artificiosamente congelada, será blandida con ímpetu avasallador frente a sus contrarios. El instinto me dice que deberá recoger los despojos del león para con ellos a cuesta vender el discurso de la unidad. Ahora parece necesitar lo que una vez desechó. Esas son las pérfidas trastadas de la política.

En el alucinado imaginario popular usted era el bueno, Leonel, el malo; ahora no se sabe quién es quién, pero resulta que sus intenciones han revelado el carácter de un hombre artero. El tiempo y los constreñimientos electorales mostrarán hasta la costura de sus calzoncillos. Desenvainó las garras muy tempranamente. Nadie ha “conseguido” una reforma constitucional tan presurosa ni tratos políticos tan sumarios sobre cuotas y repartos al granel. Con el debido respeto, creo que en eso de bagatelas y bazares políticos, usted, señor Presidente, me recuerda a un marchante marroquí. A ese mercadillo le adeuda sus primeras lealtades cuando era ministro de Leonel. Su populismo siempre ha sido burocrático; es un avezado negociador con el Estado y eso nunca lo fortalecerá éticamente.

Dígame, señor Presidente, ¿cuáles procesos judiciales, fuera del expiatorio caso Bautista, ha impulsado? Me parece que ese es su karma. Ofrecer a estas alturas un gobierno ético y comprometido no sería verosímil a menos que se inmole decorosamente. Usted ha afirmado el añejo status de impunidad; no ha hecho nada relevante ni meritorio para trastornarlo. En sus manos han prescrito todas las acciones de los pasados gobiernos y se han abandonado los esfuerzos más legítimos para encausar las de su propia administración. Parece que el primer factor de su axioma electoral, en gestión ética, salió de la ecuación: “corregir lo que está mal”; en eso confirmó el otro: “lo que nunca se ha hecho”. En combatir la corrupción pública, usted, señor Presidente, ha sido un desganado bostezo; su desidia es irritable. Le doy un consejo: no subestime el reclamo por la justicia. Usted está más patrullado que ningún otro presidente en la historia, aún más que el acoso que su DNI le ha montado a la disidencia ciudadana, como en los nostálgicos doce años de Balaguer. Ese clamor apenas es un asomo; la ciudadanía está despierta y el mundo también. ¡Cuidadito! Por ahí las cosas se le pueden salir del carril.

Me obsesiona una duda como a usted su popularidad: ¿Qué nuevo podrá ofrecer? Estamos hartos de sus arrugados y soberbios dinosaurios. ¡Dios! nada más falta que testen sus derechos sobre “sus” ministerios. ¿Será posible aguantarlos más? Estamos hastiados de las mismas caras y nombres. A muchos les llegaron las canas en la lactancia del Estado. Hoy ostentan fortunas insultantes e impunes. ¿Es que no hay gente más competente en este país? La última reserva del continuismo era usted y ha demostrado que es más de lo mismo. Redimió el pecado del Leonel, ¿y el suyo, quién lo hará? Le juro que con usted se quebrará la cadena de complicidad histórica que ha trenzado el entramado de la corrupción y no dudo de que su suerte política sea más lastimera que la de su rival porque no tendrá a otro Danilo Medina que cubra sus espaldas, o ¿acaso hará el mismo blindaje cuando haya que renovar la Suprema Corte de Justicia?

No le temo a que usted gane las elecciones, sino a la reelección de un gobierno cansado. La experiencia latinoamericana ha sido dispendiosa en desenlaces traumáticos, y no precisamente porque haya un coronel con dignidad testicular al acecho, sino porque usted ni nadie podrá solventar los gastos que demanda la supervivencia de este costoso modelo político con base en una carrera de endeudamiento demencialmente viciosa; tarde o temprano el FMI nos pasará factura y la degradación social creará las presiones más fuertes de las últimas décadas.

De ganar, no me imagino su discurso ante la Asamblea Nacional, ovacionado por funcionarios que en digna justicia debieran estar tras las rejas; sentiré rubor ajeno. ¿Qué de nuevo dirá en materia de corrupción? ¿Qué más prometerá? Y no hablo de acciones aisladas o individuales, sino de políticas públicas firmes, con inclusión presupuestaria, como la anhelada creación de un fiscal general para asuntos de corrupción administrativa con autonomía financiera e independencia funcional, apoyado por un equipo de alta calificación investigativa e instructiva; me refiero a tribunales colegiados especializados para conocer y juzgar delitos y crímenes de corrupción; a una reestructuración de la administración pública con criterios racionales y modernos; a un régimen más riguroso, consistente y transparente de control patrimonial de todo el que ejerza altas funciones públicas, entre otras tantas propuestas que sí constituyen “lo que nunca se ha hecho”. Francamente me pongo a su disposición para colaborar en cualquier proyecto sin exigir un centavo.

Cuatro años más saltando charquitos e inaugurando escuelitas no serán suficientes. Los pueblos maduran y exigen. La crisis que se avecina no está para jugar al populismo. Si usted no hace algo para frenar la corrupción, ésta le robará el gobierno y lo arrastrará a su devastadora avalancha. No se suicide, señor Presidente, renuévese en la audacia de hacerlo realmente distinto y, por favor, con otra gente. Perdone la crudeza de mis palabras, pero la prefiero a la viscosa retórica de la lisonja.



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