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:: El haitiano, el policía y el motor
El haitiano, el policía y el motor

Por: Andrés L. Mateo/Acento - 09/07/2015

Un haitiano manejando un motor nuevo, sonriente y divertido, con un compañero detrás que escucha música en un radio y hasta canta en creol con su cara de niño, es demasiado para una patrulla de la policía. De modo que le ordenaron  que se detuviera. Le pidieron los papeles del motor y los mostró de inmediato. El policía se encorvó, penetrando con su rostro alterado las últimas luces esquineras del atardecer. Entonces indagó por los papeles de inmigración, y el haitiano, extrañamente, se los presentó. Cuando los tuvo en sus manos viraba los ojos hacia el cielo, arqueando las cejas hirsutas, cómicamente mortificado por la duda razonable. ¿Un haitiano en reglas, con un motor, paseándose por la ciudad como si fuera feliz?- pensé yo que pensaba el policía recostado de la camioneta-.

Me acerqué y le dije al que comandaba la patrulla que lo dejara ir. -¡Está en regla, tiene sus papeles!- alegué. Siempre me estoy buscando vainas, porque los dos carbunclos de sus ojos rojos posados sobre mí fueron la única respuesta.  Ahí mismo el haitiano dijo que era maestro constructor, y que había comprado el motor trabajando bien duro; y el policía volvió a mirarlo con sus ojos aceitosos, contrariado. Le observé la canana percudida del revólver y, dando riendas sueltas a mi imaginación, sentí el frío del cañón en mi nuca. Mi pálpito era que el policía esperaba encontrarse con un haitiano indocumentado, y quedarse con el motor; pero  frente a un “haitiano en reglas” no hallaba qué hacer. Lo más llamativo era verlo mordido por las dudas con sus dos manos puestas sobre el motor, a medio talle del envión que lo subiría a la parte de atrás de la camioneta. Era un hombre de barriga imponente y brazos cortos, lo noté cuando abruptamente cargó el motor y lo depositó en la cama del vehículo. Le hizo una seña a los dos haitianos para que subieran a la camioneta, y antes de subirse él me fulminó con una mirada de desprecio que me hizo sentir como un bicho raro. Me di cuenta que era sargento.

El haitiano, el policía y el motor desaparecieron de mi vista, y mientras anotaba la placa del vehículo pensé que la cultura es, a fin de cuentas, una ideología; y que un policía con un revólver,  al ver a un haitiano feliz desplazándose en un motor, reintegra, en un acto de agresión incontrolada alguna coherencia con los valores que lo formaron históricamente. Porque en el imaginario  popular dominicano no existe un haitiano feliz, y mucho menos sonreído, con sus papeles en reglas y siguiendo en creol la música de un radio mientras cruza la ciudad en un motor nuevo producto del trabajo honrado.  Y esta ideología es altamente peligrosa cuando se combina con la corrupción, porque legitima cualquier acto y exime a la autoridad arbitraria de cualquier esfuerzo de explicación. Lo que narro lo viví cerca del Supermercado Carrefour. Guardo el número de la placa de la  guagua de  la policía, pero no sé si servirá de algo.¡Oh, Díos!   



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