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:: Nosotros engañamos menos
Nosotros engañamos menos

Por: Juan Tómas Taveras/Acento - 09/05/2016

El consumo conspicuo es una de las facetas más estudiadas del exhibicionismo económico desde su identificación inicial por Veblen en el siglo XIX. En cambio el consumo “aparente”* es la falsificación suprema del consumo conspicuo. Es aparentar consumir conspicuamente, sin pagar el costo del pretendido consumo exhibido. Deslumbrar sin sacrificio ni pena mediante la exhibición en público de bienes de lujo postizos. Una caja Oyster color platino 950 de “Roles” con mecanismo digital y precio de chuflai exhibida con orgullo: ¿para engañar a quién? En muchos casos lo conspicuo es el fraude, no el consumo, y solo nos engañamos nosotros mismos, aunque esa no fuera la intención original.

Sin embargo, la industria de la falsificación prospera.**  Es un sector megamillonario por la demanda insaciable de quienes quieren ostentar sin gastar lo que cuesta el artículo auténtico- mercancía que confesamos lleva una fuerte carga de publicidad en su precio. Los adquirientes de mercancía fraudulenta pagan definitivamente más de lo que intrínsecamente valen los bienes falsificados (sin la usurpación de marca/diseño). Generalmente el comprador no es el timado, pues en la mayoría de los casos el cliente sabe muy bien que no compra un artículo auténtico vía un canal de distribución autorizado por el fabricante indicado en la fraudulenta etiqueta de  marca registrada (a pesar del falso certificado de autenticidad que en algunos casos también acompaña la mercancía postiza). Es como el adulto consciente que va a un espectáculo de magia a ver las maniobras del prestidigitador: el espectador no es engañado porque conoce el contexto de las manipulaciones teatrales del mago. Paga por suspender momentáneamente la duda y creer (o fingir creer) en la magia para entretenerse, siempre que el prestidigitador sea diestro en su arte.

El vendedor del reloj-que-pretende-ser-un-Rolex-Oyster-de-platino-950 no engaña al comprador que adquiere la mercancía a sabiendas que no es el artículo que indica el diseño distintivo y la marca prominentemente expuesta, sino una copia no autorizada. El adquiriente sabe bien que no se compra ese tipo de reloj (el auténtico) en un bazar, callejón oscuro o tiendademalamuerte cualquiera y a precio de chuflai, a menos que sea robado. Ambos actores del intercambio comercial conocen que es ilegal comerciar mercancía falsificada y que corren el riesgo de ser sancionados por la justicia en caso de ser descubiertos, pero la codicia de uno y la vanidad del otro los impele a consumar la transacción prohibida.

Si a alguien perjudican los falsificadores y sus intermediarios (en complicidad con los adquirientes) es a los fabricantes que invierten en el diseño, la manufactura y el fomento de la adicción del público al consumo de su mercancía mediante un cuantioso gasto en publicidad para “crear la marca e inducir la demanda por ella”, no a los adquirientes conscientes de las falsificaciones. En realidad es el propietario del “Roles” Oyster de chuflai quien intenta engañar a soloélsabequien haciendo pensar que posee el artículo auténtico, y no hay duda de que no siempre obtiene resultados positivos. Curiosamente, entendemos que la estafa (o intento de) que perpetra el exhibicionista de mercancía postiza a soloélsabequien no es penalizado por la ley. Quizás porque se considera más bien un trastorno de exhibicionismo que una acción criminal.

No están solos los exhibicionistas de falsos bienes de lujo. Otras personas se atribuyen logros colectivos a título personal, exhiben diplomas y certificaciones de estudios no realizados, publicitan donaciones filantrópicas indiscretas, o de cualquier otra manera espuria pretenden tener lo que no tienen y ser lo que no son. Cacarean más que lo que aportan. Como en todas las cosas humanas, hay muchos matices de gris entre lo negro y lo blanco, con la preponderante mayoría de las personas ubicadas en algún lugar intermedio de ese arcoíris de tonos grisáceos entre los dos polos extremos. La rara excepción es la persona pura que nunca incurre en el comportamiento presuntuoso que es aparentar tener o ser “más” que lo que  tiene o es, y por el momento no conocemos ningún ejemplar vivo y solo podemos leer sus hagiografías. No quiere decir que abdiquemos del ideal de aspirar a la pureza absoluta, a sabiendas de que errare humanum est, pero aprender de las experiencias también lo es.

Lo que nos queda es ser sinceros y esforzarnos por mejorar día a día para poder cumplir con entereza el lema de un agresivo negociante de alfombras en el Gran Bazar de Estambul: “Nosotros engañamos menos”.

*En la primera acepción del DRAE, de “que parece y no es”.

**Ver análisis de Nassim José Alemany en http://www2.deloitte.com/do/es/pages/finance/topics/grafico-semana/mundo-de-falsificaciones.html



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