El gran Jorge Manrique (1440-1479), en sus famosas “Coplas a la muerte de mi padre”, enunció una frase que se ha inmortalizado: “Cualquier tiempo pasado fue mejor”. El contexto en que se escribe es, precisamente, en un momento difícil en que ocurre la muerte de su padre. De manera que la expresión está ligada a la muerte.

A pesar del contexto en que se enuncia la copla es importante señalar que siempre el pasado, en cualquiera de las circunstancias que se recuerdo, nos evoca cantidades sentimientos que bien pueden ser buenos o malos, dependiendo de lo que signifiquen en nuestra vida.

Sin lugar a dudas que mi generación vivió una serie de costumbres, creencias y tradiciones que, traídas al presente, posiblemente seríamos incapaces de reproducirlas como práctica pues nos parecerían absurdas, sin embargo respondían a un sentido mucho más estricto y serio de las creencias que el que vivimos en la actualidad y eso se refleja en la vivencia de la Semana Santa que recién ha concluido.

En mi infancia la Semana Santa era santa no por la semana en sí, sino por el sentido de seriedad con que era asumida. Existía un respeto y reverencia por la principal fiesta del cristianismo. Recuerdo que los mayores, el viernes santo, amanecían mudos hasta pasado el mediodía en que iban al rio, se daban un baño y regresaban a la casa.

Existía la creencia de que no se podía pelear, jugar o cometer hechos que implicaran cercanía y mucho menos enemistad porque corríamos el riesgo de quedarnos pegados. Esta era la manera de decirnos que debíamos permanecer en total recogimiento por la solemnidad de los días.

Las procesiones, comenzando el domingo de ramos, eran realmente multitudinarias, la gente compartía habichuelas con dulce y existía un espíritu verdaderamente cristiano en la llamada semana mayor. Pero hoy todo ha cambiado.

La semana santa se considera exitosa si ha disminuido el número de muertos por accidentes o intoxicación. Si se cumplen las disposiciones de no vender bebidas alcohólicas o si el desplazamiento de la gente no fue traumático, nada que ver con el espíritu de estos días.

Si bien pudiesen catalogarse de extremistas las costumbres de nuestros padres y abuelos, prefiero esas costumbres a los extremos en que hemos caído en esta sociedad de la nada.

Definitivamente esta semana santa ha sido más triste que las anteriores porque en ella, a parte de las decenas de personas que murieron en el feriado, también nos dejó Gabriel García Márquez, Sonia Silvestre, Cheo Feliciano y la actriz venezolana Mayra Alejandra.

Cuando me enteré de las muertes de estas figuras, en especial las del Gabo y Sonia Silvestre, dejé de mirar la televisión con sus cifras escandalosas de muertos porque, para tristezas, ya me bastaba con pensar que una tarde eternamente lloraría sobre el suelo gris de cualquier Macondo.