Los dominicanos somos “cortoplacistas” y nos importan muy poco las consecuencias a largo plazo de nuestros actos o de las decisiones que tomamos. 

Se pueden llenar miles de cuartillas con los ejemplos de esta actitud y las consecuencias que hemos sufrido en el mediano y largo plazo, pero sólo quiero concentrarme en dos casos para que se pueda apreciar el daño que produce esta actitud en nosotros y en el país. 

La escuela dominicana funcionaba bastante bien hasta los años de 1960, pero nadie quiso darse cuenta del deterioro de la misma y del auge de los colegios privados a partir del final de la dictadura. 

Esa caída y segmentación de la educación tuvo dos consecuencias principales: dividió el país entre los que podían enviar a sus hijos a colegios privados y los que no podían, y dejó caer el nivel de la escuela pública sometida a los desmanes de los grupos políticos de izquierda y a las carencias de los malos profesores. 

El daño que se provocó se está observando ahora en el bajo nivel educativo de las grandes masas adultas del país. La indisciplina social, las carencias educativas, incluso en los orientadores sociales, son consecuencia del daño provocado entonces a la educación dominicana. 

El segundo caso tiene que ver con la baja socialización. 

Al caer la dictadura, el país estaba dominado por valores tradicionales y las instituciones principales eran, por supuesto, tradicionales: el “superior gobierno, la iglesia, los “tutumpotes”. Hoy todo eso es diferente, pero no hemos internalizado los cambios en los valores que trae la modernidad. El resultado es una sociedad que trata de utilizar valores modernos que no entiende, mientras vive sometida a patrones culturales de hace medio siglo. Ese desenfoque explica nuestra conducta al entrar al siglo XXI. 

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