Nos vivimos quejando de la falta de leyes, de que algunas son obsoletas y de que ninguna funciona, olvidando que las leyes, para ser efectivas, necesitan el trabajo de los humanos. La ley es una creación humana, y si los hombres y las mujeres que las concebimos como instrumentos para el orden social las desdeñamos, estas serán ineficaces e inútiles.

Vivimos pidiendo jueces con tales y cuales características cuando el juez sólo necesita una: ser imparcial y un poco despierto para no caer en las trampas de los litigantes. Si los partidos quieren jueces, sólo tienen que proponer personas sobre toda sospecha y se acabó.

Cuando al almirante Nelson le preguntaron qué se necesitaba para ganar en Trafalgar, respondió: “que cada cual cumpla con su deber”. Eso es todo lo que se necesita para que las leyes sean efectivas: que el ciudadano cumpla con su deber, el policía cumpla con su deber, y el juez y los políticos con los suyos. No hay que buscarle la quinta pata al gato, ni pagar asesorías costosas, ni coger préstamos onerosos. Sólo hay que cumplir con el deber, sin importar quién caiga.

¿Por qué ha sido imposible poner un chaleco y registrar a los motociclistas para bajar los niveles de delincuencia? Para eso no se necesita una ley nueva ni grandes recursos. Basta con aplicar la teoría de la ventana rota a la corrupción, no permitiendo la pequeña para evitar la grande; que la justicia tenga verdaderamente una venda y que las autoridades se conduzcan con entereza. Que los líderes se conduzcan como personas que merezcan ser seguidas por sus valores y no por sus bolsillos llenos de dinero ajeno. Necesitamos nuevos hombres y mujeres que apliquen las normas que nos permitan vivir en paz.

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