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:: Creer o no creer
Creer o no creer

Por: Juan Tomás Tavares/Acento - 17/04/2017

Creer o no creer, esa es la cuestión.

La realidad es que pocas personas reflexivas son creyentes al cien por ciento, y no muchas son ateas sin titubeos. La gran mayoría de almas contemporáneas se sitúa entre un extremo y el otro: creyendo en el día a día, pero dudando en ocasiones; descreyendo en principio, pero vacilando en su convicción de vez en cuando. Quizás unos pocos “dichosos” nunca dudan, si es que existe tal criatura consciente. Y cuidado con la persona que nunca duda, pues a menos que sea ángel o beata, debe ser un monstruo.

En un extremo del continuo tenemos a Jesús de Nazaret. Aun en la hora más oscura el crucificado no cuestionó la existencia de Dios per se. Sin embargo, al clamar con fuerza el inicio del salmo 22, ¿Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?, Cristo se humanizó por completo. Ese elusivo salmo encarna el milagro de reafirmar la fe a partir de un cuestionamiento inicial. Nunca la noche es más oscura que cuando empieza a esclarecer.

En el otro extremo, San Manuel Bueno, el cura párroco rescatado del más allá por el maestro Miguel de Unamuno, aparentemente para ilustrar cómo un no creyente- anhelando creer sin lograrlo- puede hacer milagros de la fe llevando una vida ejemplar, “inspirando” a otros a creer dudando. La duda es la cruz cargada durante toda la vida consciente. La fe es su contraparte que equilibra la ecuación. Dudar es un atributo netamente humano, mellizo de creer, no su antítesis. Desde el púlpito se proclama la fe firme; en el confesionario se cuelan las dudas.

En el camino del medio encontramos todos los matices de creyentes-escépticos, como tantos santos-tomases  o madres-teresas dispuestos a creer, pero tropezando en ocasiones más o menos frecuentes. Muchos de los que no creen también vacilan ocasionalmente y no están inclinados a proclamar abiertamente su falta de fe por las más diversas razones. Los que buscan señales para confirmar su fe; los que prefieren explicaciones para reafirmar la suya. Los que creen sobre todo cuando necesitan consuelo o claman misericordia; los que no creen hasta que requieren compasión e intervención divina. Los que creen cumpliendo preceptos y ritos establecidos por sus pastores, y los que expresan su fe inquebrantable a su particular manera con obras que son milagros.

En la tierra que oficialmente proclama “En Dios confiamos”, lema adoptado tardíamente en 1956- aunque venía usándose desde hacía casi un siglo en las monedas estadounidenses (y los demás que paguen en efectivo)- se ha determinado “científicamente” que no está tan claro cuántas personas confían en Dios y cuántas almas son incrédulas. Hay indicios de que en esta materia las encuestas tradicionales no son confiables, pues muchas personas no quieren autodefinirse como ateas, ni siquiera como agnósticas. Tienen dudas persistentes o no siempre mantienen firme la fe, pero en todo caso no sienten certitud de la inexistencia de Dios o no quieren identificarse como ateos militantes. Son vacilantes porque no son creyentes absolutos, pero tampoco incrédulos absolutos. Las encuestas solo permiten expresar si creen en Dios o no creen- no hay una casilla para los vacilantes- y ante esta disyuntiva, muchos prefieren decir al encuestador que son creyentes. No están dispuestos a negar la existencia de Dios, a pesar de sus más o menos frecuentes dudas al respecto.

Dos tradicionales encuestadoras estadounidenses que recientemente preguntaron sobre la creencia en Dios arrojaron resultados interesantes: 3% dice ser ateo y 4% agnóstico en el estudio de Pew Research Center (2015), y 10% dice no creer en Dios en la investigación de Gallup (2016). Sin embargo, un reciente estudio académico utilizando una metodología de medición indirecta indica que más de un cuarto de los estadounidenses es incrédulo aunque no lo manifiesta en respuesta a preguntas directas. Una minoría significativa y creciente de los adultos estadounidenses siente más que una duda ocasional sobre la existencia de Dios, aunque en preguntas directas muchos encuestados por diversas razones prefieren no manifestar su tribulación. Aparentemente no hay estudios comparables en otras naciones y se hace difícil proyectar a nivel global.

Sin dudas creer o no creer sigue siendo una cuestión vital tanto para los que creen como los que dudan como los que niegan la existencia de Dios. Es importante tener en cuenta que la mayoría de los individuos ni es inmutable en su fe, ni invariable en su incredulidad. Creo, luego existo. Dudo, porque pienso. Tanto creer como dudar son atributos netamente humanos. Cada individuo ocupa una posición particular en el espectro que va desde creer fielmente en Dios todo el tiempo hasta negar absolutamente su existencia sin tapujos- con baja densidad en los dos extremos- porque dudar es tan natural como creer.



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