“En las horas de peligro es cuando la patria conoce el quilate de sus hijos“. La corrupción parece ser la peor amenaza contra las sociedades contemporáneas, fenómeno este,  en que  los vicios se imponen a las virtudes de honradez y honestidad, que hacen posible una sociedad justa y equitativa, basada en el respeto y la solidaridad humana.

Iniciamos estas reflexiones con una de las frases célebres del filósofo y humanista romano, Marco Tulio Cicerón, quien en sus reflexiones los Diálogos, los Oficiosy las Paradojas,quien no pudo sentenciar  de mejor manera este flagelo moral,  que como una plaga inmisericorde ataca  la humanidad en todas sus manifestaciones, cuando expresó: “El Pecado no se mide por su tamaño, sino, por su naturaleza”.  La preocupación nuestra en el caso Odebrecht no puede estar centrada en el orden que ocupamos en la escala de medición del barómetro moralmente negativo de la corrupción, sino, por ser parte de una trama mundial que con sus delitos roba el derecho a los ciudadanos a una vida digna. Podemos estar en la punta de la lista y somos tan abominables,  como el que la encabeza.

Una verdad que se pone en el tapete en estas circunstancias de la justicia  dominicana,  es que  el  no gozar de las bondades de la independencia del Ministerio Publico, nos obliga a pensar en una reforma urgente

“Cada individuo, al comportarse moralmente, se sujeta a determinados principios, valores, o normas morales”.  Pero,  la moral tiene  una cualidad esencialmente social con la que  cumple una función, el de la corresponsabilidad en los hechos concretos de la vida social. El funcionario designado que traiciona el deber del compromiso es tan responsable, como el que lo designa y lo sostiene en el puesto a pesar de sus escándalos. El pilatismo moral no se puede convertir en una excusa de moralidad, o, en una doctrina de  justificación,  de aquellos que pretenden lavarse las manos con la inconducta  del el escándalo Odebrecht. Todo el que se haya beneficiado directa o indirectamente con el dolo de la corrupción de Odebrecht,es moralmente sancionable e ineludiblemente justiciable  en los tribunales.

A todos nos ha causado extrañeza que el responsable de  encabezar las investigaciones de estos casos de Anti lavados de activos en la Procuraduría General de la República, Germán Miranda Villalona, no sea quien encaminé las investigaciones sobre el escándalo de corrupción de Odebrecht; pero, una cosa no quita la otra, el problema esencial de la ineficacia del Ministerio Público,no estriba en quien encamine la investigación o sus diligencias procesales, sino, en lo esencial, su naturaleza: la ausencia de independencia para actuar.

Tres de los países que ha cubierto con su manto  la corrupción de Odebrecht son muestras diferenciadas del sentido de la independencia de sus fiscales a la hora de actuar y perseguir el delito: Colombia, Estados Unidos de América y Perú, por citar algunos, donde no prima la doctrina de las vacas sagradas y se centran en el hecho y los alcances de sus investigaciones y su proposición factual;  sin la odiosa   interferencia del gobierno y otros agentes sociales, que para los fines del hecho fáctico que  es razón de escándalos, el primero, es el principal sospechoso.

Una verdad que se pone en el tapete en estas circunstancias de la justicia  dominicana,  es que  el  no gozar de las bondades de la independencia del Ministerio Publico, nos obliga a pensar en una reforma urgente y  funcional de la naturaleza deeste,reforma que le libere de las ataduras de ser un siervo a las órdenes del Poder Ejecutivo. En el marco de la ley de Organización Judicial y una oportuna modificación de la ley Orgánica 133-11 que regula el Ministerio Público,  es necesario iniciar un proceso de dotar el  Ministerio Público de República Dominicana  de total Autonomía,como consecuencia deque con  la forma de designación y sustitución de hoy, se niega esta necesaria e imperiosa posibilidad.