Cuando era un niño recuerdo que una vecina nuestra tenía un hermano a quien sencillamente conocíamos como Lión. Este señor vivía en Venezuela y las pocas veces que llegué a verlo tenía un aire de hacendado siendo su principal orgullo que vivía fuera del país.

Los niños del barrio le admirábamos porque para nosotros, alguien que viviera en otro país era lo más cercano a un súper héroe y él procuraba que ese sentimiento creciera.

Nos contaba sobre Venezuela, de las mujeres hermosas que había, de cómo él por su color era casi perseguido por ellas y de la bonanza económica que, según él, se respiraba en ese país.

Tiempo después otro vecino, motivado por las historias de Lión, logró irse a Venezuela creo que de manera ilegal, pero su historia al regresar fue muy diferente a la que contaba su antecesor.

A decir del nuevo migrante había problemas para conseguir trabajo y la moneda, que era el bolívar, no valía absolutamente nada. De hecho trajo un par de bolívares que me regaló. Cuando le pregunté cuánto me darían en el país por cambiarlo me respondió secamente “lo mismo que una mota”.

Como se observa dos personas tenían una percepción diferente de la migración en un mismo país. Lo que hoy procuro intuir es que Lión le tocó vivir los tiempos de la vaca gorda y a nuestro vecino parece que ya se empezaba a dar visos de vaca flaca.

De todos modos mucha gente migraba no sólo por lo económico, sino porque viajar significaba un signo de estatus. La gente te admiraba, te felicitaba y siempre debías dar la impresión de que te estaba yendo bien pues del contrario eras un fracasado.

Hoy la hoja ha virado y quienes están viniendo a nuestro país son los venezolanos. Los estamos viendo en todas las esferas: en la televisión, la radio, la actuación, empresarios, profesionales que hoy venden cosas en las calles y hasta delincuentes, hay de todo en la viña del señor.

Venezuela por muchos años fue un país receptor de migrantes dominicanos y nos une un lazo histórico pues nuestro padre de la Patria murió en ese país, uno de sus presidentes, Rómulo Betancourt, se negó a aceptar un régimen dictatorial y abusivo como el de Trujillo.

Pienso que aquí deben darse una situación y es que la misma comunidad venezolana debe cooperar para que los delincuentes no mancillen su imagen en el país pues sería muy penoso que de buenas a primeras los venezolanos sean tildados de delincuentes por los hechos de algunos degenerados cuando todos sabemos que son un pueblo de gente muy trabajadora y honesta.

Ojalá no ocurra de nuevo una sentencia tan odiosa como la 168/13, y ser una vez más objeto de ataques internacionales, aunque en realidad todo el problema dominicano es especialmente con los haitianos.