Y también lo somos de los malos políticos, que bajo el pretexto de  defender la patria se han adueñado de ella y se la han repartido considerándola una herencia que manejan a su antojo frente a impotencia, la decepción, la indefensión y la indiferencia de los ciudadanos y ciudadanas.

Pareciera que el pueblo dominicano se ha rendido ante el gobierno y ante los políticos. Cada vez más se observa un alejamiento de la política como lo demuestran los niveles de abstención electoral registrados en las últimas elecciones, que ronda cerca del 30% de la población apta para votar.

Pero está lejanía de la política no nos hace impunes a las perversidades de los gobiernos y los políticos, que no “eligen” ni “deciden” nada, salvo cuando se ven forzados a hacerlo por otros gobiernos más potentes de países con mayores recursos o por unas fuerzas amorfas no registradas en la constitución del Estado denominadas como “realidad del momento”, “mercados mundiales”, “decisiones de los inversionistas nacionales y extranjeros o simplemente “NHA” (“no hay alternativas”).

Más bien quedamos atrapados en las garras de un Estado, que lejos de ser un proveedor o garante del bienestar público, se convierte en un “parásito de la población”, preocupado únicamente por su propia supervivencia, misma que hace extensiva a élites políticas y económicas a cambio de su silencio cómplice.

Abanderados de la “mala política” y de la “política sucia”, el gobierno y los partidos políticos “subsidiados” han hecho pensar y sentir al pueblo  que la política hay que dejarla a quienes se dedican a ella profesionalmente y se “sacrifican” por los demás. Viven de la política

Habiendo degradado la actividad política y acompañándola de corruptelas diversas y de la desconfianza popular, gobierno y partidos, producen un apagón cívico para hacerse con el poder en la oscuridad de una política perversa, inmoral y generadora de riquezas cuestionables.

Unos y otros, no deben lealtad alguna a los electores y no se sienten obligados a escuchar sus agravios, como tampoco a sacrificar sus propios intereses para atender las quejas y necesidades. Son incapaces de hacer buena política (democrática) porque la mala política les resulta más rentable, sin importar los engaños, las mentiras y las “malas artes” públicas y privadas.

Los malos políticos, “hacedores perversos de la mala política” que los convierte en “líderes del cinismo subsidiado”, han despertado entre los ciudadanos sentimientos y experiencias que se combinan en un “síndrome de incertidumbre”, acompañado de un “síndrome de desorientación” que  hace mirar el futuro con temor, y ya habiendo envenenado las esperanzas sociales, presentan  sus pestilentes promesas como soluciones al calvario  que ellos mismos han construido.

En medio de esta confusión programada esconden peligrosas desviaciones políticas y sociales como son el populismo manipulador y un autoritarismo anacrónico y corto de vista. Primero se proponen matar el  entusiasmo por la política y  el derecho de los ciudadanos  a participar en la misma de manera crítica, activa y deliberativa.

Luego, a través de la exaltación de figuras carismáticas, capaces de procurarse la atención y el cariño de las masas, y de garantizar prebendas y privilegios a sus bufones,  terminan justificando la dictadura del hombre fuerte e “iluminado” como el único capaz de  “hacer lo que nunca se han hecho”.

Defenderán que siempre habrá un hombre providencial  dispuesto a intervenir cuando la relación entre el Estado y los ciudadanos está tremendamente deteriorada. Ellos o quienes ellos digan, no los ciudadanos, son ese hombre.

Lejos dejarnos alejar de la política, deberemos ir en búsqueda de ella. No tenemos opción para no-política. Para pasar del estado de víctima al de actores conscientes y transformadores de la misma, habremos de asumir que la “política no es lo que hacen los políticos”, sino lo que hacen los ciudadanos y ciudadanas y sus organizaciones cuando se ocupan de la cosa pública. ¡La decisión es nuestra!