Cuando la tarde se había derribado sobre los brazos de la naciente noche y las serpientes se habían entrelazado en su interior, Francisco Blanco aprovechó para introducir su mano derecho en el hueco del árbol, con la intención de extraer la culebra para la ejecución del ritual  liberador.

Después de algunos minutos de infructuoso empeño, al lugar se presentó un hombre de proverbial extravagancia, envuelto en una capa negra que le cubría por completo su figura, y un sombrero también negro, de alas anchas, que le comía por completo el rostro. De inmediato el hombre insólito le dijo al agresor:  “Todo tiene su contra, amigo, hay oraciones cruzadas, amuletos, talismanes, muñecos atravesados con alfileres, polvos y mejunjes de todo tipo, pero para sacar una culebra de su cueva la contra consiste en usar la mano izquierda; con la derecha no hay quien lo logre.”

En seguida Francisco Blanco cambió de mano y con gran facilidad haló una de las culebras. El reptil, de mediana longitud y grosor, y de inocente mansedumbre, de repente se creció en carne y rebeldía y se abrazó al intruso, quien apenas podía mover mínimamente la cabeza intentando encontrar la presencia del consejero y pedirle “la contra” para desatarse del animal, pero su voz no afluyó y la ausencia del otro era absoluta, como si nunca hubiera estado allí.

Nota: Fragmento de uno de los relatos de mi libro Cuaderno de Serpientes, publicado en 2007.