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:: La Democracia: Entre la Utopía y la Adaptación
La Democracia: Entre la Utopía y la Adaptación

Por: Cándido Mercedes/Acento - 16/05/2016

La democracia es un proceso en constante construcción; podríamos establecer un cierto paralelismo con la dinámica de la evolución humana: La democracia es la expresión política del espacio del individuo en tanto ser humano. Constituye el epicentro en la respuesta colectiva de la propia individualidad de cada uno de nosotros. Los valores intrínsecos, como consecuencia del desarrollo humano, se plasman en la democracia como Sistema Político: la libertad, la equidad, la libre competencia, la igualdad en los espacios públicos, en los territorios.

La democracia nos suministra el necesario aprendizaje social y éste solo cobra sentido cuando se produce en un contexto social trascendido. Es la búsqueda de la evolución que canaliza necesidades y deseos como factor constitutivo, inherente, de la naturaleza humana. El ser humano es el único animal de la naturaleza que no puede realizarse, desarrollarse sino es en la interacción con los demás; su parte esencial es que es ostensiblemente gregario. La libertad, llevada a extremos, en la individualidad encuentra límites, en la construcción de un ethos que lo canaliza, lo contiene y lo trasciende: El Leviatán. Sin embargo, éste no puede levantarse de manera permanente en un Ogro Filantrópico, como se produce en la sociedad dominicana.

Así, lo que ayer era democracia, hoy no lo es, por los distintos alcances que va cubriendo la humanidad, al tiempo que lo basamenta en el corpus institucional que refleja lo colectivo. La democracia, como construcción y como ejercicio del poder, como acción de mandar, tendrá siempre aquellos que ejercen los oficios de poder, pero estos han de articularse como puente viabilizante del conjunto de la sociedad, como representación. Ese puente y armonización son las normas, son las reglas, que para que esa democracia sea mas expedita tiene que encontrar eco verdadero, no una mera pantomima y parodia.

La democracia es obediencia y rebeldía, utopía y adaptación. Las utopías son el arma en la construcción de una misión, de una visión, lo que nos permite empujar las alas para la concreción de los sueños; lo que nos solivianta en un presente cargado de futuro. La utopía es optimismo, cargada de fe, aun cuando la esperanza nos destroce en un instante. Solo la lucha de la fe, en medio de un eclipse gigantesco de esperanza, nos permite volar para desterrar el mismo.

La democracia es un péndulo: Utopia y Adaptación. Certidumbre e incertidumbre. Aquellos que se aferran a la adaptación no crean esperanza redimida, se sujetan al carro del presente y nada más. La imaginación no se esparce en la constelación de un mañana mejor. Se fosilizan en la modorra, cohabitando y combinando el presente con el pasado. Es el signo de no encontrar la historia, recurriendo de manera sempiterna a la prehistoria.

La adaptación no configura la proactividad. Para los apologistas del statu quo, del stablishment, cualquier tiempo pasado fue mejor. La nostalgia es el grito desgarrador. La materialidad, en los eternos defensores del pasado, por más que crezca, no guarda relación con esa necesaria subjetividad que expresa el sentido de la urgencia en la institucionalidad. Se genera, como ahora, en la sociedad dominicana el triunfo del pragmatismo sobre la utopía, sobre el sueño de alcanzar un país con menos inequidad, una sociedad más inclusiva, más decente y con mayor cohesión social.

Fritz Scharpf, citado por Fernando Vallespin, nos dice “la democracia se encuentra necesariamente entre la utopía y la adaptación. No puede darse por satisfecha con una determinada configuración de sus instituciones y prácticas, debe aspirar a su mejoramiento e innovación en nombre de ciertos ideales; pero tampoco puede ignorar las condiciones en las que éstos se insertan. Es deudora de una serie de circunstancias objetivas, contextuales”.

En la sociedad dominicana no hemos configurado un Estado negociador con los distintos intereses que exprese y refleje el concierto del mismo. Al contrario, hemos diseñado en los últimos años un Estado catalítico, donde la Clase Política en el poder lo ve como una fuente inagotable y permanente de acumulación. Los actores han conformado una catastrófica autonomía que le permite situarse sobre la propia normativa que ellos han construido.

Los poderes fácticos, vale decir, una parte importante de los actores estratégicos de la sociedad (Empresarios, Iglesias, Medios de comunicación) han respondido a esta adaptación caótica de futuro; a esta organizada desorganización social-institucional que derivará a mediano plazo a una alta conflictividad social. La ausencia de una adaptación institucional-institucional conlleva a la degradación que hoy asistimos.

La adaptación termina en resignación. La resignación concluye degradando al ser humano y lo pauta a un anquilosamiento en lo social. Aumenta el individualismo y la cultura de la indiferencia. El Yo Social se trastoca en una alienación que lo justifica todo; racionalizando, en la búsqueda de argumentación, en el algo más que sí mismo y de sus propios intereses.

El proceso de hegemonización que vemos en la sociedad dominicana no se cimenta en una persuasión de un proyecto de nación, que configure una plataforma de cosmovisión ideológica (social-cultural), sino en un estrecho relacionamiento con el dios dinero. Todo el andamiaje, así determinado, es frágil, fragmentado. El “Sobrecito” se convierte en el liderazgo de ocasión y el poder mediático construye imagen sin caricatura cierta. La postración y frustración al final es su historia, más allá de todo el brillo que la simbología del statu y la opulencia reditúan del poder.

Esta adaptación que expresa la singularidad de la democracia actual, no la quiero. Nadie que sea decente y que tenga sensibilidad social puede haber visto esta enorme asimetría que significó el proceso electoral. En todo, el Partido/Estado, Estado/Partido, la relación era de 90/10, 80/20, 71/23: Gastos en publicidad, en vallas, en financiamiento público y privado. Un derroche que se convirtió, al mismo tiempo, para muchos, en una afrenta, ofensivo, ignominioso. Aquí, en pleno Siglo XXI, no hay competencia electoral, hay campaña electoral y VOTACIONES NO ELECCIONES.

Asumamos la democracia como el tránsito permanente a la utopía para no sentirnos impádico e impúdico frente a esta inequidad e iniquidad que nos atraviesa el alma y hace que todavía tengamos más de 108/100,000 mujeres muertas de mortalidad materna; que de cada 100 mujeres embarazadas, 20 son niñas y adolescentes; que mueran 30 niños por cada mil nacidos; que 35% de la población no tengan agua potable en sus casas y que 1.3 millones de seres humanos vivan en soluciones habitacionales no aptas para personas y tengamos un déficit de 750,000 viviendas; con un salario mínimo promedio de RD$7,500.00; cuando el costo promedio nacional de la canasta esta en RD$28,291.70.

Es la utopía que abrazo en medio de la esperanza del llanto de la fe que nos toca la puerta silenciosa, en la cadena de un nuevo horizonte de futuro. Porque como diría Ulrich Beck: “los individuos esperan hallar soluciones individuales para problemas construidos socialmente!



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