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:: Esa cosa llamada política
Esa cosa llamada política

Por: José Luis Taveras/Acento - 03/05/2016

¿Hay alguna condición esencialmente objetiva que haga votar a los dominicanos por un partido con preferencia a otro? No. La razón es simple: los partidos perdieron diferencias. Se cumple así la sentencia del escritor español Rafael Barret cuando dijo: “Se parecen tanto unos a otros los partidos, que la única manera de distinguirlos es poniéndoles un color”. ¿Cuál es el perfil ideológico del PLD o la base doctrinal del PRD? ¿Dónde están los fundamentos dogmáticos del PRM? ¿Qué mística, formación o valores diferencian a un militante de otro?

Los partidos no son organizaciones sustantivas; son comunidades de intereses. Lo único que queda de su fisonomía prístina son sus emblemas, convertidos en marcas electorales como único atributo que les da fuerza distintiva en el mercado político. La ideología común es el pragmatismo, entendida, a mi juicio, como la razón de la conveniencia y de la oportunidad, que concibe el poder como causa y fin. A pesar de la vitalidad mercadológica que algunos exhiben, en el fondo son entelequias mórbidas que, al agotarse el ciclo electoral, pierden vida e incidencia. El que gana se confunde con el gobierno y los que pierden se diluyen en el tiempo.

Ciertos genios empíricos y politólogos liberales alaban la fortaleza del sistema de partidos como garantía de estabilidad y muro de contención a la amenaza de una tiranía populista. En los hechos, los partidos no son los responsables estelares de ese resultado. La estabilidad política actual es relativa y no es técnicamente referencial; es un estado artificioso y transitorio que responde a dos circunstancias concurrentes: primero, a que en el último decenio no ha habido espacio para el disenso en la dirección y gestión del Estado por la concentración de poder que tiene el partido oficialista en todos sus órganos deliberantes (y donde no hay contradicción no hay crisis); y, segundo, tampoco ha habido una situación económica adversa de shock. ¿Había inestabilidad política en los gobiernos de Chávez cuando el barril de petróleo se cotizaba por encima de los cien dólares? ¿Acaso la crisis política brasileña no despunta cuando caen los ingresos por las exportaciones de materia prima a China y se desploma el mercado de los commodities? El bebé llora cuando quiere la leche; mientras mama, se duerme. Más que estabilidad política, vivimos un clima de somnolencia social y un equilibrio económico solventado con deuda pública. El tiempo hablará.

Le otorgaría razón a los académicos del bienestar si tuviéramos partidos orgánicamente fuertes, funcionalmente democráticos, con identidades e ideologías consistentes pensadas, articuladas y profesadas con sentido de compromiso. ¿Pero qué tenemos?: estructuras asociativas para crear, fomentar y mantener oportunidades en el poder según la concepción de que la política es una actividad especulativa generadora de negocios y de movilidad social.

Los partidos no están en crisis; la situación es peor: sencillamente no existen como entidades separadas y autónomas de los personalismos que los han absorbido y reducido a plataformas de dominación. ¿La actual reelección no es acaso una muestra patética de esa crisis? De haber un sistema fuerte y funcional de partidos, ¿se hubiera empeñado, como se hizo, una reforma constitucional para atender al capricho populista de un gobernante? ¡Por Dios!

Pero si crisis revela el sistema, peor andan los actores. ¿Quiénes hacen política? El político dominicano ya tiene un perfil sociológico estereotipado. Se reconocen empíricamente cuatro tipos: a) el activista habitual que depende de manera exclusiva o principal de esa actividad; b) el titulado que no ha encontrado en su carrera un espacio de realización relevante; c) el tecnócrata que actúa por cuenta e interés de los grupos económicos y grandes contratistas del Estado; y d) el empresario fallido o aquel que faltándole estirpe y sobrándole dinero precisa del poder para sentirse influyente o notorio. Como se ve, la participación política, más que una prestación honorable de gente preparada es una inversión retributiva que espera dividendos en obras, contratas o empleos en el gobierno. Al margen de las teorías academicistastas, ¿puede sostenerse un modelo basado en tales premisas?

El PLD no se ha mantenido tanto tiempo en el poder por razones fortuitas o por su grandeza orgánica; su predominio ha tenido un gran pasivo institucional. Impuso la cultura del capitalismo electoral que encareció la participación electoral de forma inalcanzable para los demás partidos hasta el punto de que mientras sus candidatos a posiciones electivas pueden pagar sumas escandalosas para sustentar una campaña competitiva, los demás partidos andan detrás de gente para le acepte -muchas veces por ruego- una candidatura.

Otra perversión del PLD ha sido explotar a niveles inéditos el voto del hambre, aquella voluntad empeñada para preservar los beneficios de un subsidio social. Ese segmento constituye la fuerza electoral decisoria en los sistemas de beneficencia estatal. El partido de gobierno cuenta con ese cómodo colchón. Así, el primer voto de Danilo Medina, que vale uno para cualquier candidato, equivale a un millón cuatrocientos mil votantes entre empleados del gobierno y beneficiarios de los bonos sociales. Si esa es la fortaleza partidaria que según ciertos teóricos nos va a evitar una dictadura populista, me pregunto: ¿De qué no salvamos? ¿Acaso no la tenemos?



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