En una democracia débil y enrarecida como la nuestra, los políticos y gobernantes tratan al pueblo como aquellos descubridores y conquistadores de nuestra isla que engañaban a los indios cambiándole el oro por espejitos. Ellos saben que en realidad el voto de cada ciudadano vale oro y no esconden la perversa ambición que los empuja al saqueo de ese “tesoro democrático”.

El voto no es un cupón que se cambia por baratijas. Es el arma más poderosa que tienen los ciudadanos en las democracias. El voto le abre o le cierra el paso a aquellos que quieren llegar al poder para “servir al pueblo” pero que una vez allí sólo se sirven a sí mismos, a sus elegidos y a sus socios y aliados.

El poder del voto es tal que puede tumbar gobiernos o construirlos. Los políticos y gobernantes lo saben muy bien. Por eso tratan  el voto como un producto comercial cuya compraventa se consigue con refinadas estrategias publicitarias y contactos populares simulados, en vez de hacerlo con declarados proyectos y compromisos en favor de los ciudadanos.

Esos “conquistadores y, a veces saqueadores,  de votos” son los mismos que nunca reciben  las llamadas de los ciudadanos y de sus representados. Los que nunca responden su correspondencia. Los que nunca los reciben   para escuchar y resolver  sus problemas personales y comunitarios. Los que nunca ceden el paso  y tienen franqueadores para agilizar su vida aunque entorpezcan las de otros ciudadanos.

Esos actores de películas cómicas son los mismos  que andan  escoltados para que el pueblo no los moleste ni los ensucie.  Son los mismos que, como los conquistadores de América, “hicieron hospitales para los pobres pero primero hicieron los pobres”. Ellos ostentan privilegios y salarios pagados por el pueblo. Son aquellos que siendo “hombres públicos”, rechazan todo lo que es público y huele a pueblo. Ellos olvidan que en las democracias no hay vasallos.

Expertos en alianzas políticas traumáticas -que sólo benefician a las élites políticas- enarbolan consignas que esconden el propósito de  enriquecerse en nombre de una  democracia mencionada y ofertada cada cuatro años. Se disfrazan de pueblo, se quitan la corbata, se ponen cachuchas, abrazan viejitas y niños pobres para dar la impresión de que tienen un corazón sensible y generoso. ¡Son expertos cambistas de oro por espejitos!

Esos mismos especialistas en el arte del engaño montan   shows políticos variados, intensos, lujosos y ruidosos para cerrar los oídos y los ojos de los votantes; para distraerlos mientras “le  roban el voto la cartera de su conciencia”. Los mismos que en vez de educar para el voto responsable tratan de arrebatarlo de manera  truculenta e irresponsable.

Convertidos en “caciques de la desvergüenza” pretenden convertir las elecciones en ofrendas al “dios dinero” que inspira su miope patriotismo. Y lo hacen repetidas veces, intentando convertir en sagrados y esperanzadores sus tramposos mensajes cargados de irreverencias cívicas y éticas, olvidando que en las democracias no hay vasallos.

En las elecciones que habrán de celebrarse dentro de pocas semanas el pueblo demostrará que ya en el país no hay indios, que no vota por mandatos de otros. Deberá  reflexionar sobre el valor de su voto y ejercer su derecho al voto de manera  bien pensada y reflexionada. Otorgándolo libremente, sin miedo, solamente a aquellos candidatos que garanticen un mejor hoy y un mejor mañana para todos los dominicanos.

Nuestro voto vale oro. No permitamos que lo saqueadores de votos lo utilicen para fabricar cadenas que atan y limitan la libertad o que lo sumen a su botín personal. Pongámoslo en manos de candidatos honestos, capaces, probos y respetuosos de la verdad y de la justicia, que sean capaces de construir “joyas democráticas” que representen la dignidad y el decoro del pueblo. ¡No cambiemos nuestro voto por espejitos, sin importar si esas “baratijas” provienen del gobierno o de otros cambistas!