En los casi 30 años que tengo haciendo  el trabajo de terapeuta, he recibido a muy pocos hombres que refieran la historia difícil de sus esposas o parejas como explicación de sus dificultades actuales. No suelo recibir justificación  de parte de ellos, lo que suelo escuchar como queja son calificativos parecidos a: “ella tiene problemas”; “está loca”, “no sé lo que le pasa”; “tiene que tomarse la pastilla”; “es depresiva”; “es bipolar”.

En cambio sigo recibiendo desde el principio y hasta estos días, cantidad de mujeres que plantean la difícil niñez de sus parejas como justificación de los problemas actuales con ella: “Es que quedó huérfano muy pequeño”; “su padre lo golpeaba mucho, era muy agresivo con él o era la oveja negra de la familia”; “su madre se fue a EE.UU. y los dejó pequeños con el padre o con la abuela”; “comenzó a trabajar desde muy pequeño, a los 6 años era limpiabotas”; “su padre se suicidó”. Estas son algunas explicaciones que las mujeres dan.

Cuando me hacen las historias parecería que no sólo están convencidas ellas, sino  que además quieren convencer a la terapeuta. Pagan una consulta y se pasan la mayor parte del tiempo hablando de él y su triste niñez. Y es verdad que las historias familiares son un referente importante para entender la conducta actual, pero cuando voy a la historia de esa misma mujer resulta que ella ha tenido una historia parecida o peor que la que me ha contado de su pareja. Cuando le pregunto cómo logró ella hacerlo distinto, comienza a verse un poquito más en la relación de pareja. 

Esta diferencia en las respuestas de hombres y mujeres frente a la misma situación, pudiera ser producto del aprendizaje recibido por cada sexo en el sistema de creencias cultural sostenido en los valores del patriarcado, mejor conocido como machismo. Desde esta perspectiva la mujer es entrenada para tener un comportamiento maternal no sólo con sus hijos e hijas sino y además con su pareja. Este aprendizaje obliga a las mujeres a olvidarse de su propio malestar, disculpar malos tratos y justificar violencias. Suelen hablar de sus parejas como si fueran niños a los que hay que comprender y justificar en su mal comportamiento. Insisten en pensar que la función de ella es entender que él tiene razones para gritar, serle infiel o no comprometerse seriamente en la relación. Ellas, de generaciones anteriores o las jóvenes de hoy, intentan convertirse en sus terapeutas, van a la consulta e  inventan maniobras para que él asista,  sin siquiera darse cuenta de que hay un problema que debe asumir con responsabilidad e intención de resolverlo.

Los seres humanos, hombres y mujeres tienen la posibilidad de cambiar y convertirse en la mejor versión de sí mismos. A pesar de las historias tristes se desarrollan destrezas de resiliencia que permiten sobrevivir y aprender a vivir mejor. Ocultar esta verdad significa negar la posibilidad de evolución y retrasar el camino a la toma de conciencia del dolor que provocan en los demás. Hacer esto es además multiplicar el sufrimiento, victimizar a esta persona y tener una idea pobre de la fuerza que tiene para superarse a sí mismo en la relación con los demás y todo esto tiene poco que ver con el amor  entre dos adultos.