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:: Viejas prácticas para robustecer un partido político
Viejas prácticas para robustecer un partido político

Por: Guido Riggio/Acento - 18/08/2015

(A los que gustan de reclutar niños para ponerlos al servicio de su ideología religiosa)

Se ha regado la especie de que los partidos políticos criollos están siendo instruidos por asesores extranjeros con las viejas prácticas de la Iglesia Católica como forma de lograr superar la crisis estructural que los agobia.

Se trata de medidas autoritarias que, aunque son muy cuestionadas, harán crecer a los partidos y superar a sus rivales.

Y han sido cuestionadas porque les recomiendan aplicar a los niños y a los jovencitos las mismas técnicas abusivas de control mental y de lavado de cerebro que utiliza la Iglesia Católica para reclutar adeptos, las técnicas que por siglos les han dado tan buenos resultados proselitistas a católicos y protestantes, pero las hoy ciertamente rechazadas por la comunidad científica por estar dirigidas a menores que carecen de razón, como seres indefensos incapaces de tomar decisiones conscientes.

A pesar de la objeción, los asesores insisten en que “si los curas lo hacen sin mostrar vergüenza alguna, ellos también pueden hacerlo”. Les han recomendado imponer como los los siguientes reglamentos para crear una nueva cultura partidaria al estilo clerical:

Primero. Visita dominical obligatoria para sus adeptos, los que deberán acudir con sus familias (esposa e hijos) a los locales partidarios, incluyendo menores, donde, después de cantar el himno del partido y mostrar sumisión a sus principios, deberán ser instruidos en técnicas proselitistas y confirmar su lealtad ante los bustos y pinturas de sus líderes dirigentes. So pena de escarmiento público, como si fuese el mismo infierno.

Segundo. Así instruidos, al salir del local deberán tomar las calles y predicar, hablarles a todos sobre las ventajas que el partido le ofrece a la comunidad, explicándole a cada ciudadano los beneficios personales que obtendrá junto a su familia de decidir ingresar a las filas del partido o votar por sus aspirantes políticos.

Tercero. En esas visitas dominicales, como en toda otra ocasión, han de luchar por convencer a sus amigos y relacionados de que deben de ofrendar al partido alguna suma de dinero (preferible el diezmo) que permita sostener a sus activistas y locales, bajo promesa de recompensa terrenal y no celestial como acostumbran las iglesias.

Cuarto. Establecer como norma que: antes de los tres meses de nacido todo hijo deberá ser presentado al partido para ser iniciado, so riesgo de quedarse Moro, en cuyo acto deberán asistir dos padrinos quienes deberán jurar lealtad al partido en nombre del indefenso niño, comprometiéndose a evitar que, en cualquier momento de su vida su pupilo pueda ser conquistado por otras denominaciones partidarias que también buscan reclutar adeptos.

Quinto. Establecer que, desde ese mismo instante, el niño ahijado deberá considerarse como un verdadero “perredeísta”, “reformista” o “perremeísta”, es decir, como un verdadero adepto partidario, sin importar la edad del niño por el que han jurado los padrinos. Los que beberán recordarle cada día su vida la condición partidaria jurada, tal como se les recuerda a los imberbes católicos.

Sexto. Para tal fin, y antes de los 7 años, el ahijado deberá ser llevado al local del partido por sus padres carnales y padrinos para recibir los emblemas oficiales de la organización y para jurar lealtad. Y desde luego, se le impartirán cursillos sobre la sana doctrina para que aprendan tempranamente a predicar su nueva fe-política entre sus amiguitos de escuela, con panfletos y cantos a favor de su fe partidaria. Para lo que se recomienda crear “cartones animados” que sirvan de ilustración y adoctrinamiento.

Séptimo. No obstante, debido a la competencia que suele acosar a los conversos, antes de los 15 años, el ahijado deberá ser “Confirmado” en su fe, debiendo reafirmar bajo juramento su lealtad partidaria, para que así no pueda ser desviado hacia otros grupos políticos que se dedican a explotar su candidez.

Octavo. Promover programas televisivos dirigidos a “evangelizar” a los niños en los asuntos partidarios para así fijarles muy tempranamente en sus mentes los símbolos de la institución partidaria, para crearles un vínculo cultural que los identifique y los aferre fuertemente al partido.

Noveno. Crear escuelas privadas para que, a semejanza de las escuelas católicas, promuevan en ellas los valores políticos del partido entre los niños, tratando de buscar el subsidio del Estado para ofrecer la escolaridad al más bajo costo posible. Y, desde luego, decorar los recintos escolares con los símbolos partidarios a fin de lograr mayor efectividad en el adoctrinamiento. Sin olvidar jamás impartir dos clases semanales de “evangelización partidista” para remachar los ideales y los símbolos del partido en las jóvenes mentes.

Décimo. Se tratará de operar un local del partido en cada barrio o comunidad, como lo hacen las iglesias, dirigido por un acreditado personaje al estilo del pastor o cura. Se tratará de dotar dicho local partidario de un campanario al estilo eclesial, para así poder apoderarse del paisaje urbano, para sonar sus campanas en mañana, para que reciban el día trayendo a su mente colectiva la imagen del partido y de sus líderes nacionales y locales.

En fin, toda una lista interminable de estrategias proselitistas y de propaganda ideológica que nuestras gentes conocen desde los tiempos de Colón, una cultura que, aunque es abiertamente inmoral y contraria a los derechos del niño, forma parte integral de la cultura religiosa que nos somete y agobia.

Sin embargo, muchos partidarios escrupulosos han rechazado esta propuesta legando la inmoralidad que esconde semejante práctica, sabiendo que, entre otras cosas:

Abordar a un menor con cualquier propuesta ideológica, religiosa o no, es un acto criminal de abuso infantil extremo, una agresión a la dignidad humana, a los derechos del niño.

Sn embargo, otros opinan favorablemente, alegan que “si éste era el proceder de los santos curas y obispos, ellos no debían tener objeción alguna porque, a diferencia de estos, se dedicarían a ofrecer cosas tangibles y no las irrealidades fantasiosas que les ofrecen las iglesias a sus seguidores.

Mas, todos coincidieron en decir sobre lo extraño que resultaría calificar a un niño o a un jovencito como “perredeísta o reformista”, tal como se les llama “católicos” a los niños bautizados que más luego son catequizados para la primera comunión antes de que lo atrape el diablo: alguna religión de la competencia.



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