En el país se ha ido creando una sociedad desigual, en la que conviven centros de gran avance tecnológico junto a núcleos donde apenas se sobrevive. En esos “enclaves de modernidad” se vive en el siglo XXI, en muchos casos totalmente ajenos a lo que ocurre a pocos metros de distancia. 

Del otro lado, vegetan en la pobreza millares de seres humanos sin conciencia de que pueden trascender esa condición, y cuando intentan hacerlo, chocan con una realidad tan dura que parece hecha intencionalmente para mantenerlos en el ghetto. 

Hasta los años 60 éramos una sociedad bastante homogénea: todos asistíamos a las mismas escuelas públicas con excelentes maestros, y jugábamos pelota en los mismos parques. 

De pronto, los disturbios políticos hicieron florecer los colegios privados, y nos fuimos separando. Vinieron las urbanizaciones, y los pobres que iban a la escuela junto a todos los demás se fueron quedando en el barrio. 

Después vino el proceso de acumulación de riqueza. Como esa nueva sociedad se medía por el tener más, los más aguerridos de los pobres “se la buscaron” para obtener riqueza. 

El juego y otras actividades lícitas e ilícitas, la política y el uso del poder para enriquecerse, hicieron el resto. Ahora, esos también envían a sus hijos a los colegios caros, que juegan pelota en canchas con pasto artificial, mientras los pobres cogen “canquiña” en los barrios.

 ¿Hasta cuándo se podrá mantener esta separación? No por mucho, pero sólo el tiempo dirá.

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