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:: ¡Harto!
¡Harto!

Por: José Luis Taveras/Acento - 22/07/2015

Harto de una sociedad rumiante que se complace en el ocio de sus desdichas, que aguanta agravios, engaños y dolores.

No tengo ganas de escribir, estoy mentalmente estreñido. Las ideas, al parecer, se han declarado en huelga. Mis dedos, enredados en la complicidad, caen sobre el teclado tan pesadamente como cuando me dispongo un lunes a ordenar mi escritorio.

La inapetencia mental que me agobia es una mezcla menstrual de aburrimiento, fastidio y encono… ¿qué se yo? Quizás la palabra más certera para darle apellido a esta sensación de vacío sea “harto”. ¡Eureka! sí, eso es: ¡harto!, ¡harto! Aunque, pensándolo bien, no es lógico estar harto de nada. ¡Ay, ombe!, lo menos que quiero es filosofar en este trance y en un medio donde esa “vaina” es dilección de locos, oficio que no da “cuarto” por ningún lado. “¡Cuarto!”, esa sí es una palabra honorable, que se conjuga con los verbos más exclusivos: “gozar”, “beber”, “ligar”, “joder”, “ostentar”, y todo lo que pueden hacer, a su oficial manera, los lactantes del Estado y los VIP´s que ven crecer el PIB en sus bolsillos mientras el hambre de los otros desata petardos gástricos como espectáculo pirotécnico del éxito de aquellos. “¡Cuarto!”: palabra soberbia, colosal y mágica, que convierte a sus acreedores en inmortales e inmensos; vocablo audaz que se defeca plácidamente en el talento y se limpia con el mérito para imponer su dogma de que “vale quien tiene”.

Me hastía un país congelado en sus realidades. Estoy harto de la queja perezosa, del lamento sin acción, de la crítica sin proposición, de la rabia sin puño, de la teoría sin planes, de las políticas sin ingeniería, del patriotismo sin fusil, de los insultos sin bofetadas, de los desahogos al viento, de las quejas sin eco, de las cruzadas en contra de los molinos de viento.

Harto de una sociedad rumiante que se complace en el ocio de sus desdichas, que aguanta agravios, engaños y dolores. Harto de los mismos nombres y siglas, de llamarle talentoso al mediocre, honorable al ladino, reverendo al hipócrita y grande al enano. Harto de vivir en un país estrella en el ranking global de las tragedias: corrupción, mortalidad vial, inseguridad, insalubridad, tráfico ilegal de todo, prostitución y mil virtudes. Cansado de ver llover sobre nuestras enmohecidas omisiones.

¿Cuándo estrenaremos otros nombres, visiones y decisiones? ¿Cuándo llegarán los que piensan diferentes? ¿Será posible atar la suerte de tantos a la voluntad de los pocos de siempre? Padecemos los eternos rigores de una conciencia social ausente sin ímpetu para dar un bostezo ni decoro para parir un eructo; evoco a Cesare Pavese: “la fuerza de la indiferencia es la que permitió a las piedras perdurar inmutables durante millones de años”, solo que nuestro suelo social es muy arcilloso: al menos sus grietas nos abren la esperanza de algún derrumbe que nos despierte. ¡Qué vivan los escombros!



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