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:: ¡Muévemelo mami!
¡Muévemelo mami!

Por: José Luis Taveras/Acento - 07/07/2015

La música urbana no es causa, sino reflejo, de un estado social deformado; es el grito de las omisiones públicas y corporativas por una vida más digna en una de las sociedades económicas más desiguales del mundo.

En su expresión cultural, las generaciones comunican valores, cosmovisiones y aspiraciones. A través del lenguaje multiforme del arte podemos fácilmente reconocer los perfiles de una sociedad. Por ejemplo, la canción romántica de los cincuenta dibujaba a una comunidad bucólica, parroquiana  y machista, mientras que la canción social de los setenta proyectaba la ideología subversiva de la década.

El siglo XXI nos sorprendió con el fenómeno del urbanismo en una sociedad donde las tradiciones y costumbres rurales perdían relevancia. La emigración hacia las urbes concentró grandes conglomerados y permitió la confluencia de distintas culturas. Su sincretismo nace de ese promiscuo encuentro. La canción del barrio, sin considerar su género, es una imagen, en alta definición, de un hábitat degradado donde las carencias respiran y los sueños se pierden.  Con su indomable expansión, la cultura urbana, a pesar de su incestuosa concepción, busca sus propias definiciones, códigos y lecturas. Poco a poco el barrio encuentra su identidad y la impone como marca de los tiempos.

Muchos han satanizado al género urbano (reguetón, dembow, rap, hip hop, merenhouse) por sus contenidos prosaicos e impúdicos, sin olvidar que la música es otro lenguaje de la realidad concreta. Pienso que más que el sonrojo moral a su irreverente lírica, debemos valorar, con sentido crítico, los presupuestos que soportan sus expresiones.

Después de dedicarle varios días a una muestra antológica de sus principales intérpretes, he concluido que la música urbana es esencialmente una propuesta unitemática: lo sexual no solo es predominante, sino obsesivo; y no se trata de un sexo idealizado o acicalado con sutiles imágenes, sino desarraigado de su carnalidad más cruda e instintiva, como placer a un deseo animal. Usando las letras de Gocho y Jowell:

Dando, dándole yo me la pasaría la noche dando, dando, dándole/Mami, dime a quién no le gusta el sexo/Baby, dime a quién no le encanta eso.

El sexo es psicosis voraz, frenética y bestial. En palabras del Ñengo Flow:

Perrea como gata en celos…/Hasta que te lo hunda!

Frontea que yo te fronteo…/Hasta que te lo hunda! 

Si frenas te jalo por pelo, mai…/Hasta que te lo hunda!

(Hasta que te lo hunda, má)/No es chiste, yo te hablo en serio…

En letras descarnadas y gráficas, Baby Rasta reitera este emblemático concepto hedonista subyacente en la propuesta lírica urbana:

Más que una, ella quiere bellakeo del grueso/Que le paltan de’so, que le den completo y se jodió/Ella quiere que le unten de’so, del cremoso expreso /Pa chuparse el hueso y se jodió.

El colectivo de intérpretes King & Maximan frente a Farruko & J. Álvarez describen la primera y última razón de esa inspiración:

Bájate ese pantalón/y mami ponte en posición/que llegó la hora de meterte a solas/dale mami que llegaron los que están de moda.

En esta visión primaria de la carnalidad, la anatomía pélvica se erige en altar y los genitales, como montes, en sus dioses.  El “duro” trasero femenino (la “chapa”) es un ícono de adoración anatómica; el pene, un bastión de idolatría ensoñadora. El sexo desalmado, profundo y masoquista no solo es un reclamo visceral del macho sino de la hembra en calor. Así, La Materialista demanda una copulación punzante, viscosa y hondamente penetrante:

Chuléame, yo lo que quiero es que tú me chulee /Yo no quiero bulto y sin insulto ya /yo estoy mojada así que ven dame con gusto como sangrijuela (sic) /chúpame toa, sácame la

leche y tómatela con cocoa/sácame la leche /sácame la leche y toma.

Tú eres el amo, yo la mascota /tú eres mi papi y yo tu mamasota

¿Qué es lo que pasa que se me sale?/¿Quieres una pela pa que esa mierda se pare? /y se te pare que se dispare/y te lo corto si se me sale/Ahora sí, dale, no le pare a ná/dame duro por alante y dame duro por atrá”

Estas canciones interpretan subculturalmente la misma realidad que exaltan, creando un circuito vicioso. Estimulan el sexo adicto, irresponsable e inmaduro en una adolescencia disfuncionalmente estructurada y sometida a condiciones críticas de pobreza y baja educación. El resultado es fácilmente predecible: la República Dominicana es el quinto país de América Latina en fecundidad precoz con 98 adolescentes madres de cada 1,000 mujeres. Una de cada cinco entre 15 y 19 años ha tenido hijo o ha estado embarazada, de acuerdo con los datos de la encuesta Endesa de 2013.

La saturación de estos contenidos encuentra psiquis deleznables con poca o ninguna capacidad para discernirlos o decodificarlos en contextos apropiados. La promiscuidad se convierte así en una conducta estándar que asume el sexo como placer escapista y rutinario. Es en ese escenario donde las jóvenes adolescentes desvían sus carriles de realización por otros que reportan retribuciones más rápidas, leves y frívolas, como la prostitución disimulada bajo nuevos códigos culturales de prestación (como el “chapeo”, por ejemplo). Alguien me dijo, con cierta razón, que detrás de un móvil Galaxy Samsung en manos de una colegiala hay un amante capitalista que duplica su edad. Y es que en una sociedad predominantemente joven, donde la pobreza cruza el 40 y la indigencia el 20 de cada 100 personas, es difícil resistir y responder a un bombardeo tan agresivo de consumo. Los estilos de vida de una buena parte de las estudiantes universitarias de clase media no soportan un análisis de costo a partir de su propia economía; no es osado sospechar subvenciones extrafamiliares. A juzgar por estos indicadores, la sociedad joven dominicana evidencia señales preocupantes de disolución. En esa realidad, el hedonismo, como devoción y desviación de vida, es más que sintomático. Una generación que disperse sus fuerzas creativas, espirituales y de trabajo en entregas tan enajenantes como estas, no construye futuro.

Lo dramático del cuadro es que el culto al sexo que postula la música urbana es en un entorno de marcas de lujo, derroche, orgías y buena vida, realidad negada a la mayoría de sus fanáticos. Esta relación es quimérica en nuestros barrios, donde las facilidades básicas de subsistencia penden de viejas promesas electorales. La ostentación frente a la carencia genera entonces vacíos, inconformidades y rebeldías que suelen detonar en violencia, adicción y delincuencia.

En una perspectiva de análisis más amplia, es aquí donde el modelo del éxito material e individualista se entrona como supravalor de los tiempos, suplantando el paradigma de la realización dilatada, progresiva y meritoria.  Más que la preparación intelectual como proyecto de vida, se “invierte” en la figura física para atraer oportunidades de movilidad social sobre la base de la solidez vibrante de “las chapas”. Eso explica el auge y aceptación social de la fórmula 60-20 (sesentones con veinteañeras) en las relaciones carnales públicas. La búsqueda del confort o la seguridad económica ha determinado nuevos patrones de elección donde la brecha generacional ha perdido espacio. Lo que importa es un hombre con “cuartos”, por eso La Materialista se queja:

Mentira, tú no tiene ná/tú solamente habla bla bla bla bla/ya yo se to lo tuyo ¿a quién tú va engañá?/tú solamente habla bla bla bla bla.

La música urbana no es causa, sino reflejo, de un estado social deformado; es el grito de las omisiones públicas y corporativas por una vida más digna en una de las sociedades económicas más desiguales del mundo.  Mientras, le repito, como eco sordo, la exclamación de la materialista a la demagogia populista: ya yo se to lo tuyo ¿a quién tú va engañá?/tú solamente habla bla bla bla bla.



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