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:: La mamadera
La mamadera

Por: José Luis Taveras/Acento - 23/06/2015

Conocí a un sujeto nice. Un cuarentón soltero con una historia de tres hijos en igual cantidad de fracasos. No desmonta una sonrisa de su lúcido semblante aunque la esfera planetaria le caiga encima. Las preocupaciones existenciales lo abandonaron. Camina flotando con un donoso tumbao que dibuja corporalmente la levedad de su vida. 

Se acuesta cuando la noche se cansa. Duerme de día. Suele levantarse a las tres de la tarde. Después de una ducha y un desayuno-almuerzo, sale impecable a provocar la vida. Con pantalones habaneros, alpargatas blancas y un Cohiba en el bolsillo de su aligerada camisa, visita, como rutina laboral, su hacienda: una hermana de senos apetitosos, nalgas fornidas y cuerpo de ángel endemoniado. 

Ella es amante de un alto funcionario y esa inversión le garantiza a su hermano un sueldo de ciento veinticinco mil pesos por una asesoría gubernamental en holganza, más unos ingresos pesados como testaferro en las contrataciones con la dependencia que dirige el “cuñado”. Su hermana, que no alcanza los veinticinco años, ha hecho del gym su segunda casa y las boutiques sus sucursales. Él controla su vida: supervisa su figura, su dieta y el circuito de sus andanzas, además la protege del acoso de los jevitos con dos gorilas, agentes del DNI.

Ese cuadro es una modesta muestra de incontables réplicas cuya vulgar suma desfonda el tesoro de un Estado benefactor plagado de alimañas enaltecidas. Y es que aquí el Estado es un centro de beneficencia selectiva.

La “mamadera” es la adicción colectiva a los cargos o fondos públicos como ejercicio y expresión del populismo burocrático de nuestras democracias de cartón. El término, como dominicanismo, alude al biberón, pero en el argot juvenil urbano se asocia a la práctica del vividor o aprovechado y, en otros contextos, al vicio femenino de la felación. 

El “mamao” o “mamado” es el tonto que se deja mamar, un término que le asienta muy bien a la sociedad dominicana que sustenta (con una carga cada vez más pesada de impuestos) los oficiales que le cuidan la casa al general retirado, las cirugías estéticas de las amantes de los funcionarios y los caprichos de sus hijos, los viajes “oficiales” de las comitivas, los gastos de campañas, las colocaciones publicitarias del Gobierno en medios que solo ven o escuchan sus dueños y… un rosario infinito de inéditas extravagancias.

Como forma de encausar la alimentación láctea, mamar es la expresión más gráfica de la dependencia parasitaria. Supone un proveedor activo que da y un beneficiario pasivo que recibe a través de la succión. 

Chupar es uno de los placeres más plenos porque además del gratificante roce de las papilas linguales con un órgano suave, tibio y flácido, supone la absorción de un líquido fresco y nutriente. El Estado es un concepto elástico, reciclable y amoldable de acuerdo a las veleidades políticas; como patrimonio, una megateta o supersenón sin dueño al servicio de las discrecionalidades de quienes ocupan el Gobierno; una “vaina” donde no existe obligación de transparencia, ni de buena gestión, ni deberes de lealtad ni de rendición de cuentas y, lo peor: sin un régimen de consecuencias. 

Ese ambiente indulgente e impune convierte al funcionario en un tirano fachendoso y omnipotente, y a sus serviles, en un club de mamadores.

La lactancia del Estado dominicano es costosa, inicua y degradante. Destruye el mérito como forma legítima de retribución social y excluye al talento de las oportunidades públicas, provocando la diáspora de las neuronas a latitudes civilizadas. Lo enfermizo de esta adicción es que en ocasiones crea envanecimientos engañosos. 

Conozco a dueños de bancas de apuestas semianalfabetos que invierten hasta cien millones de pesos para lograr una placa oficial y una asesoría gubernamental, y a comerciantes que descuidan sus prósperos negocios para dedicarle su tiempo y vida a un candidato detrás de un viceministerio nominal, y qué decir de aquellos profesionales, con auspiciosas condiciones para desarrollar una carrera segura, mendigar un cargo de tercera categoría, solo por aprovechar las fantasías lácteas del Estado. La idea es pegarse a la teta.

Durante los doce años de Balaguer existía la práctica del macuteo en los estamentos medios y bajos de la Administración Pública. Esta era una prestación económica (borona) que debían pagar los administrados para la agilización de un trámite o la obtención de un permiso o una licencia. Balaguer la legitimó para compensar los bajos salarios del sector público. 

El PRD siguió con ese modelo convencional de corrupción de base social y de botellas. Con el PLD la corrupción se afirma como un fenómeno público complejo, sofisticado y concentrado. Ya no se trata del barato mercadillo de los pesitos traficados por debajo de los escritorios, sino de una poderosa industria del poder. 

Cuando en su primera gestión Leonel Fernández aumentó los salarios de los funcionarios se pensó que era la medida necesaria para desalentar la corrupción, pero ¡qué va!, después de esto aparecieron las formas más inauditas de la depredación pública: las asesorías, las nominillas, los incentivos, las pensiones autorreguladas; luego vinieron los big business en los que participan los grandes del partido, como las contratas de megaproyectos, las licitaciones amañadas, las comisiones de reverso, la autocontratación de obras y servicios a través de empresas vinculadas o prestanombres, el nepotismo, las extorsiones y las más diversas formas asociativas con empresarios emergentes y tradicionales.

Las oportunidades del Gobierno quedaron en manos de una cúpula política cerrada encabezada por el propio Leonel Fernández, quien recibió y recibe dinero de empresarios y contratistas a través de una de las fundaciones más ricas de América Latina con operaciones en New York, Washington y el Medio Oriente y de testaferros millonarios como el senador Félix Bautista y el señor Víctor Díaz Rúa. 

Cuando la máxima autoridad comete pecados, los subordinados hacen orgías. Eso pasó en los gobiernos siguientes del PLD, en los que colapsaron todos los diques éticos. El poder se hizo negocio y robar una maldita cultura. 

Sobre esa premisa ser armaron y sustentaron las alianzas políticas, se crearon nuevas jurisdicciones electorales, consejos, dependencias, oficinas, consulados, programas asistenciales y el Estado se convirtió en un monstruo “multimamario” con boquillas abiertas a la más diversa succión pública. Danilo, que vino con un discurso expectante de cambios, encumbró el modelo a su nivel más cimero y exitoso con la negociación política más grande de la historia contemporánea: la compra de la vieja franquicia del PRD a horas de “lograr” una reforma constitucional en su provecho. 

Lo penoso es que la corrupción pública es subsidiada con deuda pública cuyo incremento ha alcanzado, en los primeros dos años del gobierno de Medina, un récord histórico para igual periodo, sin considerar los nuevos 80,000 empleados activos que se han incorporado en esta administración.

El Estado, como principal empleador, empresario, inversor y competidor, es un coloso de barro que sostiene a una familia parasitaria cada vez más grande y demandante. La verdadera revolución moral, en estos tiempos de renovados mesianismos retóricos, debe empezar con desparasitar sus nichos de los bichos que le sustraen recursos y eficiencia a través de una moderna reingeniería de la Administración Pública con sentido racional. ¡Hay que cortar tetas o se acaba la leche!



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