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:: Quién se atreve…
Quién se atreve…

Por: Juan Tómas/Acento.com.do - 15/06/2015

Y pensé. Efectivamente, todavía la República está por hacer. Nadie se atreve a realizar las cosas fundamentales. La rutina es la gran vía ancha por donde queremos marchar en la vida, a causa de su gran seguridad. Y yo hago lo que hizo el otro, y éste lo que hizo aquél. Porque no lo ha hecho nadie puede que no sea lo mejor. 

Antes del descalabro de la civilización taina- como es de conocimiento de todo escolar dominicano y haitiano- la isla que hoy habitamos se dividía en cinco cacicazgos. Muy a grosso modo y para fines de simplificar, tres cacicazgos correspondían al territorio dominicano de hoy: Maguá, Maguana e Higüey.* La comunicación era a pie por trillos entre la vegetación selvática o en canoa bordeando la costa. De eso hace cinco siglos (grosso modo, dijimos).

Durante la era colonial, toda la isla estaba bajo una única administración, la Capitanía General y Real Audiencia de Santo Domingo. La comunicación era a caballo por caminos vecinales y/o en carabela impulsada por los vientos.

El 27 de febrero 1844 nos separamos de la República de Haití y el 6 de noviembre proclamamos la Constitución de San Cristóbal. Quizás por nostalgia de lo indígena, los constituyentes tuvieron a bien fraccionar la naciente República Dominicana en cinco provincias, pero bautizándolas con nombres cristianos o compuestos, a saber: Compostela de Azua, Santo Domingo, Santa Cruz del Seybo, Concepción de la Vega, y Santiago de los Caballeros. La Constitución asignó a los legisladores la sub-división de las provincias en “comunes”, sin mayores complicaciones. La capital del nuevo estado se fijó en la antigua ciudad de Santo Domingo, que había sido el asiento del gobierno colonial.

Reunidos en Moca catorce años después (1868), el Soberano Congreso Constituyente presidido por Benigno Filomeno de Rojas, al tiempo que mantuvo nominalmente las cinco provincias establecidas en 1844, con gran sensatez y hasta economía de palabras y utilizando topónimos indígenas, dividió el territorio nacional en tres departamentos: Seybo, Ozama, y Cibao. Quizás fue para emular a la Trinidad, la Trinitaria, los tres poderes del estado republicano, las tres palabras del lema de nuestro escudo (Dios, Patria y Libertad) o a los tres Padres de la Patria (Duarte, Sánchez y Mella- que todavía no eran reconocidos como tales). En todo caso fue el único ensayo de gobierno federativo desconcentrado en nuestra historia. Siguiendo con los cambios, la ciudad de Santiago de los Caballeros fue declarada capital en el centro de la República, aunque como estrella fugaz, pues Santana tumbó el gobierno de José Desiderio Valverde pocos meses después, y adoptó de nuevo su funesta Constitución de diciembre 1854 con Santo Domingo como sede de su despótico gobierno.

Tan solo siete años más tarde, aunque con la Anexión a España y la Guerra de la Restauración de por medio, en la Constitución de 1865 agregamos dos “distritos marítimos” a las cinco provincias originales, siendo estos Puerto Plata y Samaná. Vaya usted a saber la diferencia entre provincia y distrito marítimo, aparte del apelativo, por lo que aumentamos por primera vez a siete las unidades políticas intermedias, iniciando la carrera hacia el fraccionamiento territorial.

En 1866 se mantienen las cinco provincias, denominando simplemente “distritos” (suprimiendo lo de marítimo) a Puerto Plata y Samaná, sin cambiar las atribuciones de las dos sub-divisiones territoriales.

En 1872 se mantienen las siete unidades territoriales, de nuevo con cinco provincias y dos “distritos marítimos”, al igual que en 1865. Inexplicable el vaivén de nuestras constituciones, pero sobre todo la insistencia en hacer distinciones semánticas que carecen de impacto en la práctica. Ambas unidades territoriales, tanto provincias como distritos (marítimos o no), tienen exactamente los mismos órganos de gobierno y funcionarios subordinados a la Capital.

En 1874 se suprime de nuevo el apelativo “marítimo”, quizás para justificar el sueldo de los asambleístas, pues no logramos descubrir un posible motivo racional. Pero aún no hemos terminado: con la tinta todavía fresca, en 1875 volvemos a cambiar el pedazo de papel. Y ya el lector capta el ritmo: hacemos a los distritos de Puerto Plata y Samaná “marítimos” de nuevo. Y sorpresa, en 1877 y 1878 se mantiene el apelativo “marítimo”, para variar justamente cuando nos acostumbrábamos al movimiento pendular de nuestros representantes. Por lo demás, seguimos con siete unidades intermedias de la Republica.

En 1879 (y supongo ya el lector empezará a sospechar de la veracidad del autor, pues ¿es posible hacer seis reformas constitucionales en apenas un decenio-1872 a 1881?), se elimina el “marítimo “de nuevo. Por primera vez se agrega un premonitorio e infeliz párrafo, que dice: “Cuando las circunstancias lo exijan, podrán erigirse nuevas provincias y distritos.”

La respuesta a la anterior pregunta sobre la intensa productividad de nuestros legisladores en materia constitucional es que nuestro realismo mágico nos dio ocho constituciones entre 1872 y 1881, que si no es un record Guinness, por lo menos nos debe poner sobre el podio en ese deporte nacional. Con las esclusas ya abiertas, en 1880 agregamos el distrito de “Monte Cristy”, y el párrafo: “Podrán erigirse nuevas provincias y distritos”. Ya sin circunstancias que lo exijan, a simple pedir de boca se puede por arte de magia legislar nuevas provincias fraccionando las existentes. Y para cerrar una temporada tan productiva en revisiones constitucionales, en 1881 se erige la otrora común de Barahona en distrito “pelao”, culminando el fértil decenio con nueve unidades, o sea, casi duplicando los cinco cacicazgos originales de la isla o triplicando los cacicazgos que correspondían a nuestro territorio, sin haber aumentado el territorio de nuestra media isla. Y se mantiene intacto el anterior párrafo anunciando el continuado crecimiento del número de provincias y/o distritos.

Tras un respiro de seis años, en 1887, le toca el turno a San Pedro de Macorís para ser elevado a distrito. También se adiciona la sexta provincia, y primera bautizada en homenaje a un prócer de la República. Equivocado, estimado lector, no es la provincia Duarte (prócer en ese momento aun olvidado y sin haber sido elevado al pedestal que hoy ocupa), sino en recordación del entonces recién fenecido Ulises Francisco Espaillat. Nueve y dos- van once – en menos de cincuenta años se duplicó el número de provincias y distritos. Aunque ya no calificamos los distritos como “marítimos”, de hecho todos los distritos hasta ese momento eran importantes zonas portuarias-marítimas (Puerto Plata, Samaná, y Montecristi), mientras que la provincia Espaillat no lo era. Algún criterio tenían hasta ese momento nuestros legisladores-asambleístas al momento de decidir si provincia o distrito, pues todos los distritos eran en efecto costeros.

En 1896 fue creado el distrito Pacificador, en honor a…, sí, acertado, en honor al inefable General Ulises Hilarión Heureaux Lebert (Lilís), y correspondiente a la provincia que desde 1925 conocemos como Duarte (elevada previamente a provincia con el nombre de Pacificador en 1907, ya ajusticiado el tirano que había recibido del Congreso Nacional el título de “Pacificador de la Patria”). Es el primer distrito que en definitiva no es costero.

El gran salto cualitativo ocurre en el siglo XX, pues en el artículo 4 de la Constitución de 1907 se establece por primera vez que: “El territorio dominicano se divide en provincias y éstas a su vez en comunes. Párrafo: Una ley fijará el número y los límites de las provincias, así como de las comunes en que se dividen.” A partir de ese momento, los honorables legisladores no tienen que esperar a la Asamblea Revisora o Constituyente para erigir nuevas provincias. También se elimina la categoría de distrito, resurgiendo de nuevo en 1932, cuando se autoriza al Congreso a “…crear también con otra denominación divisiones políticas del territorio.” En efecto este es el origen de la demarcación territorial que conocemos como “Distrito Nacional”. No debemos pasar por alto que en 1936, a sugerencia de Mario Fermín Cabral, nuestros legisladores cometieron la tropelía de cambiar el nombre de la capital de la República ubicada en el Distrito Nacional a Ciudad Trujillo.

Sería tedioso y hasta odioso proseguir con esta tragicomedia histórica de la división político- territorial de la República Dominicana hasta desembocar en el presente, sobre todo porque creemos que el patrón de conducta ha quedado evidenciado en este resumen del tratamiento constitucional del tema, motivo de congoja de más de un ciudadano consciente.

En cambio, haremos una pausa antes de concluir para recordar quizás la expresión más elocuente de la ridiculez de seguir creando sub-divisiones territoriales con fines populistas, publicada hace más de ochenta años en el Listín Diario** cuando alcanzamos lo que entonces parecía un absurdo- doce provincias. Citamos in extenso la reflexión final de esta antológica carta literaria de Moscoso Puello:

La división política de la República es de a caballo…

En aquellos tiempos todo estaba lejos. Se vivía casi aislado en las ciudades, las comunicaciones eran muy difíciles, y por eso, para facilitar la administración se crearon doce provincias y se multiplicaron los funcionarios.

Hoy, en cambio, tenemos carreteras, telégrafos con y sin hilos, teléfono automático y hasta aeroplanos, pero esa división de a caballo subsiste todavía. Cosa verdaderamente inexplicable.

En una ocasión pregunté:

¿Por qué no se reducen estas provincias? ¿Por qué no se hace una división política más apropiada, más científica, más racional y más práctica?

Sencillamente- me contestaron- porque nadie se ha atrevido a eso, y sobre todo, porque si se reducen las provincias, ¿Qué se hace con tantos empleados cesantes?

Y pensé. Efectivamente, todavía la República está por hacer. Nadie se atreve a realizar las cosas fundamentales. La rutina es la gran vía ancha por donde queremos marchar en la vida, a causa de su gran seguridad. Y yo hago lo que hizo el otro, y éste lo que hizo aquél. Porque no lo ha hecho nadie puede que no sea lo mejor. ¿Comprende usted, señora?

Han transcurrido ochenta años desde el lamento desgarrador de Francisco Moscoso Puello al contemplar la división política de a caballo en la era del teléfono y telégrafo. Hoy- en la era de las comunicaciones satelitales, el internet y la telefonía celular- tenemos 31 provincias y el distrito nacional, y se rumora la posibilidad de nuevas provincias para engrosar la nómina estatal. Cuba, tiene 15 provincias y un municipio especial (Isla de la Juventud), contando con más del doble de territorio y una población mayor que la dominicana. Argentina tiene 23 provincias y la ciudad autónoma de Buenos Aires; y ocupa 2,780,400 km2 de territorio con más de 40 millones de habitantes.

China tiene 22 provincias y 11 entidades similares, para un total de 33. Ese gigante oriental tiene unas 125 veces más población que la República Dominicana en 9,596,961 km2, con solo una provincia más que nosotros, por el momento.

Y Canadá tiene casi 10 millones de km2 y más de 35 millones de habitantes en sus 10 provincias y tres territorios.

¿Quién le pone el cascabel al gato?

*Para ser más preciso, Jaragua también ocupaba una buena porción del territorio actual de la República Dominicana, por tanto técnicamente son tres y medio los cacicazgos “dominicanos”.



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