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:: Carta a mi hijo
Carta a mi hijo

Por: José Luis Taveras/Acento - 07/04/2015

No sé si cuando leas esta carta estaré a tu lado o seré recuerdo. En cualquier caso, imploro a Dios para que sus letras se deslicen por tu alma sin causar desgarros, como cuando los dedos se pasean sobre un sedoso tapiz.

Hoy me hirió la mirada del dolor. La hallé en los ojos de un niño que, oprimido entre los cuerpos de sus padres, iba en una motocicleta, ajeno a todo sentido de seguridad. Antes del rebase pude reconocerlo porque, en la marcha, el viento le alzaba sus frágiles manitas. Cuando me puse frente a él, te vi a ti. Su carita permanecía tiesa mientras el ruido vibrante del motor ahogaba sus quejas. Ahuyentado por el rostro afilado del padre, el viento prefirió enredarse entre los cabellos de la madre haciéndolos ondear al compás de su eterna libertad. Ignoro hacia dónde iban, lo cierto es que les apremiaba la prisa. Esa maldita urgencia, siempre inconclusa, que somete a la pobreza a su tiránica rutina.

Al momento de escribirte estas notas, zozobra un viejo sueño que algunos quiméricos insisten en llamar nación. Hubo un tiempo en el que, bajo su tibio cobijo, fuimos solidarios, sensibles y visionarios. Hoy predomina la retorcida lógica de la conveniencia, esa aberrante moral del bien propio. La gente lucha para construir su proyecto de vida sin reparar en las pisadas que en su tropel inflige a los demás. Cada quien se ha escondido en su guarida temeroso de perder lo logrado, mirando, desde las hendijas de su cobardía, el lento derrumbe de nuestras ilusiones. En realidad, vives en un lugar donde cohabitan tres lejanas ciudadanías: los de arriba, los del medio y el gran sedimento, mundos tan superpuestos como desconectados. Clubes de polo, marinas y villas de descanso de unos pocos pugnan con el polvo, el hambre y la promiscuidad de muchos. Solo comparten el sol, el cielo y quizás el nombre: dominicanos. No sé hasta dónde se estirará la paciencia, pero creo que no muy lejos, desde el fondo de los arrabales, tañerá la proclama del arrebato, la que, en nombre de la justicia negada, convocará a la rabia para convertirla en caos: entonces será tarde para despertar. Algunos me han acusado de tremendista por esta perturbadora advertencia, otros, menos tolerantes, me han mandado a la mierda con la arrogancia del abolengo; prefiero mi neurosis a aquella anestésica parálisis que convierte a los hombres en ánimas etéreas y vacías.

A pesar de que te he dicho tantas veces que el respeto se gana con la dignidad, donde naciste solo vale aquel que tiene.  Debo confesarte que las retribuciones a tu talento fueron promesas engañosas para empujarte a luchar: en realidad eso cuenta poco, perdóname. Muchos jóvenes andan errantes con su talento en mochila detrás de oportunidades negadas. Sus asientos están ocupados por la mediocridad adinerada o por el favor político. Como solo cuentan los que tienen, lo importante es llegar. La sociedad te exigirá hacerlo legítimamente pero el premio siempre terminará en manos de los que hacen trampas o buscan atajos.

Hijo, no sé qué hacer contigo: si dejarte o llevarte lejos. Mi corazón de padre me apura a la diáspora, pero mis convicciones se aferran a esta tierra. No temo que la inseguridad nos arrebate la vida a su sádica manera como a otros tantos, sino a que vivas bajo la muerte moral de los que en nombre del poder, la cruz o el dinero imponen sus razones como única verdad. Temo que te pierdas. Prefiero huir o morir antes de que llegues a una posición no merecida, de que le robes el sacrificio a otros, de que uses el poder para agredir o avasallar, de que le restriegues el lujo indecoroso en la cara a los infelices, de que le rindas tus resentimientos al poder para pisar dignidades.

No te niego recordar momentos gloriosos de esperanza, en los que el valor se enseñoreó de las montañas para inquirir en sus cumbres sueños de cambio. Hoy no quedan ni las nostalgias de esas épicas aventuras en las que dejaron la vida jóvenes meritorios. La vocación política se pasea en Lexus, el patriotismo se empuña con el brillo de un Rolex, las trincheras del honor dormitan en las bóvedas de la banca, los logros materiales se exhiben en revistas de lujo, la religión se acuesta con el poder corrompido en el lecho lujurioso de los privilegios.

Si la mayoría de edad te sorprende en esta tierra y decides quedarte, respetaré tu decisión, pero mis fuerzas se agotan. Te imploro, hijo mío, que de ser así, labres tu surco de vida con las garras del sacrificio. No hagas carrera partidaria, esa elección puede silenciar en tu conciencia la voz de mis consejos y su fuerza corrosiva es tan depredadora que puede devorar hasta las raíces más hondas de tu identidad moral. Nunca pierdas la sensibilidad por el dolor ajeno; no te resistas a llorar, hazlo con ganas y rabia, nunca con rencor. Respeta la opinión ajena, pero no te rindas a la humillación ni a la simulación.  Siempre sé tú mismo aunque te ganes detractores gratuitos. En esta tierra se alaba al simpático, al bufón y al complaciente. Tu padre se ha quedado con pocos amigos, ¡pero amigos!; mis posiciones han depurado las falsas sinceridades, disfruto, sin embargo, la soledad más digna. Debes sentirte orgulloso de no encontrar en tu casa una galería de reconocimientos. Nunca los espero ni los he merecido. Solo me complace el aplauso de Dios y mi conciencia en el sagrado silencio de mis oraciones.

No te asumas más grande que los demás; el tamaño ideal de tu autoestima lo da la humildad, pero, ten cuidado, no me refiero a esa actitud fachosa que busca halagos, sino la que mide el valor de tus actos con la vara de tu conciencia. Confía tus pensamientos, sueños y decisiones a Dios; nunca te avergüences de confesar tu fe sin considerar la burla o el desdén de los que no creen ni el mal ejemplo de los que dicen creer o de los que en nombre de la fe hacen negocios.

Lucha por tu patria sin agendas. Te advierto que ganarás muchos enemigos y pocas lealtades, pero te sentirás bien contigo: gratifica dulcemente. Trata de trabajar tesoneramente para hacer riqueza, ella te dará libertad y la posibilidad de hacer más por los demás. No te valores por ella, al revés, deja que tu honor aprecie a tus bienes.  Desprecia el poder corrompido y lucha en contra de aquellos que, atrapados por su venenosa seducción, venden el alma al diablo para mantenerse en sus cimas, esos que se creen predestinados. Cultívate en la noble virtud de la ingratitud, esa que nos ejercita en el “no” cuando nos piden obediencia a la indecencia a cambio de favores pasados.

Finalmente, mi hijo, no imites mis errores ni te avergüences de mis pecados. Solo atesora en tu corazón mi inconmensurable amor y el ejemplo de mis desvelos, ellos te guiarán en tu andar en una tierra donde se premia la injusticia, se aplaude al latrocinio y se rinde culto a la liviandad.  ¡La gracia de Dios te sustente siempre! Te amo más allá de la vida.



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