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:: Un hombre generoso
Un hombre generoso

Por: José Martín Paulino/Acento - 20/03/2015

“El espíritu de Dios se hizo carne”…

Para ser devorado.

Tiempo 4 (Espacio A)

El cadáver del hombre cuelga de la viga como carne para expendio. La enferma lo mira de forma ausente, como quien se desprende de este mundo cruel y paradójico.

Tiempo 1 (Espacio B-1)

Se lo digo yo que lo conocí. Créalo que así fue. Al hombre lo llamaban Melitón. Él no era muy amigo del trabajo; le huía como el diablo a la cruz. Cuando su mujer enfermó no tenía ni sobre que caerse muerto. Sin embargo, para llevar la enferma al médico salió a pedir con un entusiasmo que nunca tuvo para ganarse la vida. Y lo dichoso que fue: en vez de los trescientos pesos que necesitaba consiguió quinientos. Si bien es verdad que Dios no duerme tampoco el diablo, porque al hombre se le metió en la cabeza el pensamiento maldito de ir al juego con la intención de multiplicar el dinero de la caridad.

Tiempo 3 (Espacio A)

La enferma está tendida boca arriba sobre una pequeña cama, refugio y alimento de carcomas. Ella y la sábana que la cubre son una misma flacura. Todo allí es la miseria absoluta, como abandono de “la mano de Dios”. El hombre, aplastado en un extremo del cuarto, sufre callado la agonía de la mujer y su impotencia financiera. Pensaba que si el hijo hubiera sido más agradecido todo fuese distinto. Sí, era verdad que el muchacho era trabajador, pero solo se preocupa por su mujer y su hijo. Ahora no tenía mucho tiempo para pensar porque la mujer se le iba. Ya había averiguado que con trescientos pesos lo resolvería todo. Eso le daría para la consulta y el tratamiento. De repente, una luz de esperanzadora voluntad lo envolvió. Ya sabía lo que haría: amordazaría la vergüenza y saldría a pedir por el pueblo; pensaba que la generosidad pública se derramaría sobre aquella causa.

Tiempo 2 (Espacio A – Cambio de Escenario)

Melitón llega apresurado al mercado, algo atemorizado y agobiado por la esperanza. Ruidos de voces desesperadas; agonía para ganar el pan y la botella. Olores corrompidos; laboratorio atroz de la ciudad. Avanza abriéndose paso entre el tumulto de verduras, vegetales, aguas negras y un sinnúmero de hombres y miserias concentrados. Pronto estuvo junto al círculo de jugadores. Ganó algunas paradas, pero en menos de una hora el dinero de la generosidad pública se había esfumado como el agua en tierra.

Tiempo 1 (Espacio B-2)

Se lo digo yo, créalo: en un par de paradas el dinero voló como la esperanza y el bandido se puso a llorar como un niño de pecho. Se lamentaba diciendo que su mujer se le iba a morir y que cómo se haría y con qué cara saldría a pedir de nuevo. Ahí fue cuando hombre que le ganó el dinero se conmovió y le dijo: “Toma esos veinticinco pesos para el lazo”.

Le juro que yo no le hubiera dado ni eso al sinvergüenza. Si hubiera sido yo, lo habría dejado que saliera a pedir el dinero de ahorcarse. Créalo que así fue: El hijo tuvo que disponer de algunos pesos que tenía ahorrado y salir a pedir el resto para cubrir los gastos del doble velatorio.



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