El fenómeno está pasando desapercibido, pero lo que se observa en América Latina y hasta en los Estados Unidos merece atención.

Estamos asistiendo a la época de los mismos apellidos o caras en la política.

En América del Sur, los líderes populistas se eternizan en el poder. Acomodan las constituciones para reelegirse hasta el cansancio, por más revolucionarios que se digan, e independientemente de la eficacia de sus administraciones.

Rafael Correa, Evo Morales, para sólo citar dos, durarán en el poder hasta que se mueran, como van las cosas.

En Uruguay, Paraguay y Chile son los viejos o los hijos de ellos los que se reparten la silla presidencial.

Cuba y Venezuela parecen seguir el modelo de una monarquía constitucional hereditaria, y en nuestro país tendremos a Leonel y a Danilo mientras vida tengan, si la oposición sigue como va.

Pero en Estados Unidos, la cosa no está para menos. El tercero de los Bush está aspirando a la presidencia de esa gran nación, y la señora Clinton, esposa de un legendario presidente que está vivo todavía, también aspira.

Lo mismo se dice en el Perú, donde la esposa del presidente Humala parece que tiene el carril de adentro en las próximas elecciones.

¿A qué puede deberse este fenómeno? ¿A la televisión, que de tanto martillar apellidos los impone? ¿A los recursos, del gobierno o del sector privado, que apuestan a lo seguro? ¿O es que los posibles candidatos políticos se están conformando con lo que obtienen de la actividad, y se han aburguesado?

Lo dejo de tarea.

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