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:: Coño, soy comunista… ¿y qué?
Coño, soy comunista… ¿y qué?

Por: José Luis Taveras/Acento - 30/09/2014

La construcción de nuevas conciencias a partir de la democratización de la opinión gracias a las redes sociales y al acceso a la información ha revelado una nueva dinámica en el debate público. Los dueños de la verdad han visto perder su dominio, y las autoridades del pensamiento su influencia. El dominicano ha madurado a golpe de agravios y exclusiones. Aquella conformidad pasmosa ha cedido a una actitud más contestataria. El debate nacional, siempre anclado en las mismas realidades, tiene ahora nuevas dimensiones, contenidos e interlocutores.

Durante cuatro décadas esta era la predecible historia dominicana: La agenda la imponían los intereses del status quo. El guión se repartía entre los medios, el gobierno y contados burós empresariales. La legitimación estaba en manos del clero, con su bicefálica conformación –una cardenalicia y otra “arbitral” y el respaldo de fundaciones o “expertos” solventados por el mismo núcleo empresarial, quienes además de avalar académicamente “las verdades”, las envasaban, para su consumo masivo, en unos clichés repetidos hasta la imbecilidad. Al final, los consumidores de esos enlatados terminaban con eructos y algunas flatulencias sin derecho a queja ni a un digno zafacón para devolverlos. 

Esos cimeros actores dogmatizaban su discurso, saludado por los editoriales de los principales diarios como épicas propuestas patrias. No había manera de invalidarlos considerando que sus artífices encarnaban la divina representación del consenso social.  Cuando las presiones de la base excluida se recrudecían, esos ejercicios, convertidos en obras dramáticas, se trasladaban entonces a las tablas pontificias para montar, con el mismo reparto, unos pesados musicales llamados “Diálogos Tripartitos”, basados en guiones estandarizados. El efecto era anestésico, somnífero y, al final, vaporizador.

Alguien podía preguntarse, a la altura de este párrafo, por qué  escribo en pretérito si el cuadro antes descrito mantiene toda su frescura. Sí, ciertamente se conservan los mismos repartos y agendas, pero el guión ha cambiado. Ya no es la verdad de todos, es la verdad de “ellos”. No solo los conceptos se han relativizado, hay otra capacidad para discernir los intereses en juego y, a través de ella, late una subyacente rebelión a sus rancias sumisiones.    La médula crítica de la conciencia social ha expandido sus dominios y ha arraigado sus cimientos. 

El razonamiento social ha elevado su perspectiva y profundidad. Ya las ideas y la información que nutren el juicio popular no son asimiladas por efecto de la simple porosidad o por mimetismo, hay gente nueva pensando diferente. Mentes formadas, estructuradas, curtidas y sensibilizadas están comprendiendo que no pueden agotar su vida y destino al amparo de paradigmas quebrados en una sociedad que no avanza ni retribuye sus inversiones existenciales. En esas generaciones emergentes, valoradas por algunos como estrafalarias, urbanas y taradas se están revelando nuevas visiones y talentos que solo esperan el espacio para aportar o arrebatar, si fuere necesario. Veo emerger una nueva conciencia social audaz, frontal y emprendedora que está buscando formas legítimas para articularse. Los pequeños dioses que durante casi medio siglo han mantenido el protagonismo social tienen sus días contados; algunos esperarán, como siempre, que la muerte los saque del escenario, pero la gran mayoría ha perdido autoridad referencial e influencia. Por más titulares que le dé  la prensa tradicional, ya no convocan, no inmutan ni provocan; definitivamente hastían.

Una de las evidencias de esa dimensión del debate lo constituye el rescate, por parte de los resortes de opinión del sistema, de los famosos estereotipos para invalidar juicios, percepciones y visiones. Como hasta hace poco vivíamos en un mundillo unipolar, vertical y homogéneo de opinión pública, controlado teocráticamente por los núcleos tradicionales del poder, no había disensión relevante sobre sus contenidos. Esa realidad ha cambiado en poco tiempo y hoy abundan focos de contestación con niveles meritorios de conceptualización. El sistema, amenazado, empieza a defenderse y su cortesanía cabildera lanza de sus trincheras descalificaciones envueltas en estereotipos de papel. 

Los que no profesan su fe, que supone  comulgar con los sagrados intereses del establishment político-económico, son tachados con la marca de la bestia apocalíptica. Los estigmas ideológicos de ayer, con nuevas etiquetas, vuelven a aparecer y es así que los “comunistas” de décadas perdidas son los “populistas” de hoy; los que defienden derechos sociales o militan en causas colectivas reivindicativas son “fundamentalistas”; la opinión que no respeta los protocolos ni reverencia a los íconos ni a sus agotados modelos es “amarillista” y el que piensa con luz propia, sin cobijos de intereses económicos o políticos, es visto con ojeriza.

La lógica de los estereotipos es perceptiva y de categorización, pero de forma rígida, falsa e inexacta. Se manipulan para encasillar, enmarcar y encuadrar para que tu solo nombre se asocie con la percepción prefabricada y, sin considerar el valor de tu aporte o idea, sacarte del debate. Basta decir que habla José Luis Taveras para suponer despectivamente lo que dice y por qué lo dice, sin escuchar o leer lo que dice. Obviamente, en una sociedad deficitaria en procesamientos mentales esas calificaciones se imponen como dogmas por los que controlan los medios generadores y difusores de opinión.  Cuando a tales tachas se le suman valoraciones personales de descalificación, entonces lo que queda es un residuo fecal del sistema. Por ejemplo, conozco a gente valiosa que no está de acuerdo con la explotación de Loma Miranda, pero temerosa de recibir la nueva marca “del fundamentalismo ecológico” prefiere el silencio autocensurado.

Si los estereotipos fueran resultado de elaboraciones conceptuales válidas y racionales ¡bienvenidos!, pero no; en nuestro caso suelen ser fórmulas peyorativas que nacen de los prejuicios y la intolerancia de una cultura autocrática. Recuerdo una crónica anecdótica que me narrara mi tío, ya fallecido, Danilo Taveras, uno de los mejores teatristas de la historia dominicana. Siendo un antitrujillista furibundo fue apresado por agentes del SIM y llevado a “La Cuarenta”. Al momento de ser torturado debía confesarse comunista. Mi tío, obstinado como un mulo, gritaba a todo pulmón que no lo era. Cuando el magullamiento de los testículos era insufrible, el dolor entonces habló: “coño, soy comunista ¿y qué?”; a partir de esa declaración empezó la verdadera tortura. El relato lo traigo a la memoria para recrearlo en nuestro contexto. Aceptar o no los estereotipos es indiferente porque si no lo eres sufres las mismas consecuencias que si lo fueras. Lo que irrita, exacerba y punza son las ideas, no que lo seas o lo que digan que eres. Por eso me defeco con ganas sobre ellos.

Creo más que nunca en el diálogo social. Tengo tres lustros diciendo que precisamos de nuevas ingenierías en concertaciones sociales. El modelo de diálogo vertical y de cúpulas –gobierno-burós empresariales-“sindicalistas”, con el arbitraje clerical de siempre– debe ser sustituido por formas más participativas, creativas y horizontales de consulta popular. Estos actores representan intereses que los vinculan a esas agendas. Son jueces y partes. El nuevo orden constitucional, basado teóricamente en un Estado social y democrático de Derecho prevé nuevos modelos consultivos ¿por qué no darles vida?

Esta crítica, que desde tiempo vengo haciendo como editorialista de Gaceta Judicial ha encontrado la resistencia y el desprecio de cierta gente vinculada profesionalmente a esos intereses. Además de calificarla como neurótica, tremendista y resentida, la ha usado para presentarme como un enemigo de esos sectores, a veces hasta por mezquindades de competencia profesional o académica. Eso me resbala; la historia real está escrita ahí sin poder ser borrada. Lo que sí me importa, como ciudadano con derecho a opinar, es que si no buscamos nuevos y amplios cauces de expresión a toda la tensión social que se está acumulando, sin respuestas del sistema político y con la indiferencia, omisión o complicidad de otros protagonistas, nos estaremos acercando al umbral de una crisis con capacidad para generar rupturas sociales traumáticas.  Debemos empezar ya.



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