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:: Si los hombres fueran ángeles...
Si los hombres fueran ángeles...

Por: Flavio Dario Espinal/Diario L. - 31/07/2014

Uno de los pasajes más famosos de la teoría constitucional lo escribió James Madison en uno de los artículos publicados en la prensa de Nueva York, bajo el seudónimo de Publius, en defensa de la Constitución norteamericana inmediatamente después de que esta fuera aprobada por la Asamblea Constituyente reunida en Filadelfia y previo a que el texto constitucional fuera sometido a ratificación en cada uno de los Estados que formaron los Estados Unidos de América. Dicho pasaje dice así: "Si los hombres fuesen ángeles, el gobierno no sería necesario. Si los ángeles gobernaran a los hombres, saldrían sobrando lo mismo las contralorías externas que las internas del gobierno. Al organizar un gobierno que ha de ser administrado por hombres para los hombres, la gran dificultad estriba en esto: primeramente hay que capacitar al gobierno para mandar sobre los gobernados y luego obligarlo a que se regule a sí mismo".

Madison, considerado el arquitecto de la Constitución norteamericana y uno de los genios más brillantes de todos los tiempos en el arte de diseñar y construir instituciones, plasma de manera metafórica en este pasaje dos nociones fundamentales del constitucionalismo liberal: la primera, el escepticismo frente a la naturaleza humana y, la segunda, la desconfianza frente al poder. De hecho, el sistema de gobierno que él conceptualiza y promueve en el proceso constituyente, con su división de poderes heredado de John Locke y Montesquieu, así como con sus mecanismos de frenos y contrapesos (checks and balances) que él articula con una originalidad y agudeza insuperables, representó una respuesta a estas dos preocupaciones del predicamento liberal.

En cuanto al primer aspecto, Madison se pregunta: "¿Pero qué es el gobierno, sino el mayor de los reproches a la naturaleza humana?". Con esto él quiere decir que el sistema de gobierno constitucional (dividido, limitado y controlado, por supuesto) existe para encauzar y contener la acción humana en el ejercicio del poder. Y es que ni los hombres son ángeles ni los ángeles gobiernan a los hombres, postulado que es radicalmente contrario a cualquier noción de poder o liderazgo de carácter redentorista que encuentre su razón de ser en una supuesta bondad, justeza y sabiduría intrínseca de determinados seres humanos que se sitúan por encima de cualquier sistema de control y escrutinio.

En lo que respecta al segundo aspecto, esto es, la desconfianza frente al poder, Madison lo plasma en otro de sus fascinantes artículos publicados en El Federalista. "No puede negarse -dice él- que el poder tiende a extenderse, y que se le debe refrenar eficazmente para que no pase de los límites que se le asignen. Por tanto, después de diferenciar en teoría las distintas clases de poderes, según que sean de naturaleza legislativa, ejecutiva o judicial, la próxima tarea, y la más difícil, consiste en establecer medidas prácticas para que cada uno pueda defenderse contra las extralimitaciones de los otros".

Para Madison, el poder, por naturaleza, tiende a expandirse y traspasar los límites que se le han trazado, que no es más que la arbitrariedad, el abuso y hasta la opresión. Desde este punto de vista, el carácter y la lógica del poder conducen necesariamente a que este, dejado a su libre albedrío, viole inevitablemente sus propios límites y penetre esferas que no les pertenecen. Él reconoce que uno de los problemas más complejos, tanto teórica como prácticamente, en el diseño y el funcionamiento de un sistema de gobierno es precisamente la puesta en práctica de los mecanismos de frenos y contrapesos que impidan la expansión arbitraria, abusiva y autoritaria del poder.

Importante es destacar que Madison no tenía una concepción legalista del sistema de gobierno. Es decir, para él no era suficiente que las normas y las instituciones que frenan y contrapesan el poder estuvieran recogidas en el texto constitucional, sino que se requería también de hábitos, prácticas y mentalidades, tanto de gobernantes como de gobernados, que nutrieran esta manera particular de estructurar la política y el ejercicio del poder. El gran desafío del constitucionalismo ha sido siempre cómo dar respuesta práctica a esta problemática en diferentes momentos y circunstancias, pues no es posible llegar a un punto de equilibrio armónico en que pueda decirse que se erradicó para siempre el peligro del abuso de poder, la arbitrariedad y la violación de los límites que se le asignan a cada esfera de la estructura de gobierno.

Estas ideas tienen tanta validez y pertinencia en el mundo actual como la tuvieron cuando Madison las formuló a finales del siglo XVIII. De hecho, uno de los serios problemas de las sociedades latinoamericanas, incluyendo la nuestra por supuesto, es que históricamente han carecido, por múltiples razones, de sistemas constitucionales efectivos que impidieran o limitaran las variadas formas de despotismo y personalismo excesivo, tanto de izquierda como de derecha, que se han dado en dichas sociedades. Uno de los grandes retos que estas tienen, pues, consiste en seguir avanzando en la construcción no sólo normativa, sino también en los planos de la cultura política, las prácticas institucionales y los hábitos cotidianos, de una visión constitucional de este tipo como plataforma de la democracia, la libertad, la transparencia y la limitación del poder.



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