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:: Palabras, palabras
Palabras, palabras

Por: Sonia Read Hoepelman/DL - 01/07/2014

También se le habia hecho la boca agua. Quería irse a la casa para empunar el teléfono y el laptop al mismo tiempo. Queria conectarse con las redes sociales y darse el gusto de revelar el notición con la lengua y con los dedos. Mas le advirtieron que por ahora debía de guardar silencio. La divulgación de la noticia tendría que esperar.

¿Esperar?, preguntó con descreimiento. ¿Para qué carajo le habían contado el chisme si no podía pasarlo pa’lante? El treinta porciento de la emoción consistía en escucharlo y el setenta retante en reproducirlo. ¿O no? Pero le reiteraron lo mismo, que arriesgaba meterse en un problema muy serio si cometía un desliz.

Contrariada se marchó a la casa con un cúmulo de palabras pugnando por rebasar la barrera de sus labios. Con cada companero de labores que se topó por el pasillo se sintió compelida a vomitar la historia. El esfuerzo que hacía por no traicionarse era tan grande que antes de llegar a su auto advirtió que se habia mordido la boca por dentro. Se recostó del Volkswagen y resopló enérgicamente.

Olguita, la secretaria del departamento legal se le acercó para preguntarle si estaba mareada. Dijo un no casi inaudible, pero dos segundos más tarde dejó escapar a borbotones la idea central del chisme.

“¿Que quéeeeeee?” se espantó Olguita, negada a dar crédito a lo que creyó entender.

Horrorizada de su propia audacia se metió en su carro de cabeza. Aquel lapsus le había costado, pues ahora tenía la boca más llena de agua que antes. ¡Era tanto lo que deseaba desembuchar el culebrón!

Se sintió tentada a desmontarse del carro para volver donde Olguita a contarle el resto. Pero la advertencia de Lezcano -hombre malgenioso, de manos descomunales que pegaban galletones de ida y vuelta- la obligó a callar estoicamente. Tragó en seco. La cosa era demasiado seria como para arriesgar el pellejo de ese modo.

Por fin llegó a la casa. Le dolían todos los músculos de la cara. Maquinalmente metió el iPad en una gaveta y apagó el celular. Al cabo de sus fuerzas se duchó, se tomó un vasito de leche tibia, se acostó y se arropó hasta los ojos. Sollozando de frustraciòn fue resbalando a un sueño repleto de sobresaltos.

Al día siguiente la encontraron boca arriba, fría como un témpano de hielo y dura como un ladrillo. Se había ahogado en su propia baba.



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