La chikungunya parece que nos derrota. La velocidad con que se expande por toda la geografía nacional demuestra que la estrategia para frenarla no ha dado el mejor resultado, mientras las autoridades de la sanidad pública parecen estar con las manos atadas. 

Los epidemiólogos deben explicar por qué en las islas del Caribe y Centroamérica el número de casos reportados es infinitamente menor, en términos absoluto y relativo, a los que se registran en el país.

 ¿Es correcto el argumento de que esas naciones tienen menos habitantes que República Dominicana? 

¿Dónde reside el fallo de las autoridades sanitarias dominicanas en detener el avance de esta enfermedad? 

En San Martin, una pequeña isla compartida por Francia y Holanda, lugar por donde se dice que entró a América, la enfermedad procedente de África,  se registran menos de diez casos. Para tener una idea de lo que es San Martin en término sanitario hay que citar que muchos de sus ciudadanos vienen al país a consultar médicos y practicarse cirugías. 

Incluso muchos de los medicamentos que se recetan allí son fabricados por laboratorios dominicanos, que son llevados en maletas por personas que se conocen con el nombre de correo que vienen a buscarlos especialmente. 

La estructura sanitaria dominicana cuenta con mayor infraestructura sanitaria que en esas islas, pero la chikungunya nos está comiendo, dando en la madre como dice la expresión popular. 

El Colegio Médico Dominicano, que no está dirigido por opositores, le pide al gobierno declarar en estado de “alerta general” al país por los casos de la enfermedad que se han registrado en el país, que para muchos han hecho colapsar el sistema sanitario. 

Las autoridades de Salud Pública estiman los casos en 136,835 y el Colegio Médico Dominicano dice que son más de 200 mil, mientras los hospitales estatales y los centros asistenciales privados no dan abasto ante el cúmulo de personas que acuden a los mismos afectados por la chikungunya. 

Creo, como muchos dominicanos, que este panorama comenzará a cambiar cuando el combate contra la enfermedad deje de ser propaganda.