La actual epidemia que desde hace unos meses embate a la República Dominicana, lleva por nombre Chikungunya, una voz del idioma Kimakonde, el cual es una de las lenguas bantúes hablada en Tanzania y viene a significar “doblarse”, en alusión al aspecto encorvado de quienes padecen la enfermedad debido a los dolores articulares.

El virus se transmite de una persona a otras por la picadura de mosquitos infectados, generalmente aedes aegypti y aedes albopictus que también pueden transmitir el dengue.  La enfermedad suele aparecer por lo general entre 4 y 8 días después de la picadura de un mosquito infectado; pruebas serológicas, como la inmunoadsorción enzimática (ELISA), puede confirmar la presencia de anticuerpos contra el virus.

No existe ningún antivírico específico para tratar la fiebre chikungunya. Los facultativos tratan de aliviar los síntomas, entre ellos el dolor articular, con antipiréticos, analgésicos y líquidos. Tampoco hay vacuna contra este virus.

La proximidad de las viviendas a los lugares de cría de los mosquitos vectores es un importante factor de riesgo tanto para la fiebre chikungunya como para otras enfermedades transmitidas por las especies en cuestión. La prevención y el control se basan en gran medida en la reducción del número de depósitos de aguas naturales y artificiales que puedan servir de criadero de los mosquitos.

Dada esta realidad y sobre todo tomando en cuenta que había sido advertida la posibilidad de llegada de la enfermedad a la isla, ¿Dónde están los mecanismo de control implementado por el sistema de salud? ¿Por qué no se hizo caso a las recomendaciones de la organización mundial de la salud para la prevención y control de la Chikungunya? Pero ¿cuáles son las estrategias a utilizar para restringirla y reducirla?

Me pregunto ¿por qué no se eliminaron los factores de riesgo para contraer la fiebre Chikunguya? Esto podría haberse hecho trabajando en la reducción del número de depósitos de aguas naturales y artificiales que pueden servir de criadero de los mosquitos vectores, así como campañas de educación y concienciación movilizadoras de las comunidades vulnerables, vía  los medios de comunicación, o las asociaciones profesionales, sindicales, y las iglesias.

El ministerio de salud pública pudo haberse apoyado en otras instituciones del Estado, llevando a cabo una labor intersectorial, con agencias como el instituto dominicano de recursos hidráulicos (Indrhi); instituto nacional de aguas potable y alcantarillados (Inapa); las gobernaciones provinciales; las alcaldías, el ministerio de educación; el ministerio de medioambiente, entre otras.

Así se habría podido hacer efectiva la aplicación de insecticidas, tal vez por vaporización, para matar los moquitos en vuelo, o bien sobre las superficies de los depósitos o alrededor de éstos, o en los lugares donde se posan; o utilizar insecticidas inocuos a la salud humana para tratar el agua de los depósitos a fin de matar las larvas inmaduras. En fin fueron tantos recursos desperdiciados que al día de hoy pagamos las consecuencias.

Entendemos que los organismos de contrapesos del Estado dominicano deberían de pedir cuentas al ministro de salud por la falta de acciones preventivas de su ministerio así como las emanadas del poder ejecutivo ante el avance de la enfermedad, toda vez que desde mediado el año 2013 se hablaba ya de la posibilidad real de la enfermedad llegar a la isla.

Sobre todo, bueno sería ir tomando previsiones y diseñando estrategias preventivas ante posibles impactos en la salubridad nacional, producto de embates de otras amenazas peligrosas, con la Chikungunya no hicimos nada, que por suerte no es mortal con el debido cuidado, pero ¿qué pasaría con la llegada de una epidemia de dengue, el ebola u otra de esta enfermedades que son el punto débil de cualquier economía terciaria?

Ya vimos que no estamos preparados ¿seguiremos confiados solamente en la providencia?

¿Usted qué piensa?

Nota:

El autor es ingeniero civil, maestrante de administración de la construcción y maestrante de defensa y seguridad nacional.