Por: Giannella Perdomo Pérez/Acento - 24/04/2014
La Semana Santa recién finalizada, sin los entuertos de un tráfico congestionado, a quienes optamos por la opción de vacacionar en “Villa Camón” o “Cap Mi Casa”, nos permitió disfrutar de tranquilos recorridos por diferentes vías de Santo Domingo y confirmar que es una bonita ciudad. En ella nos maravillamos con la vista de sus majestuosos monumentos coloniales, árboles centenarios y plantas que embellecen su medio ambiente, además del paisaje con el que a diario podemos deleitarnos, paseando por su malecón, contemplando el cadencioso oleaje del inquieto Mar Caribe. Quisiera llamarla hermosa pero muchos elementos que “la adornan”, impiden catalogarla como tal.
Involuntariamente descubro una nueva modalidad decorativa que desfavorece al ornato de sus calles y avenidas. Me refiero a los cables que deambulan por donde menos imagine encontrarlos. Bordeando la universidad APEC, puede verlos en su amplia variedad: negros, gordos, finos, grotescos; otros recubiertos de plásticos azules, blancos y amarillos, además de los alambres metálicos, plateados, trenzados, pelaos, etc., deslucidos e irremediablemente antisociales.
Para suerte nuestra, estos últimos no pertenecen a la CDEEE, porque estaría el calambrazo ñango y uno que otro recibiría lo que supongo una desagradable e insospechada descarga eléctrica.
Al transitar por las vías Dr. César Dargam y José Andrés Aybar Castellanos –mejor conocida como La México- sector El Vergel, podrá observarlos entre los árboles, pendiendo entre unos y otros; algunos señalizados con una botella plástica colocada en el centro, como la joya de un hermoso collar.
Si pretende estacionarse en el área referida, sobre todo en La México, antes de hacerlo debe observar ciertas normas de seguridad. Cuando se disponga a salir de su vehículo, cerciórese de no terminar colgando o que uno de los cables le rasgue el rostro, obligándole a una cirugía indeseada; también de no tropezar con los que ruedan sobre las aceras y evitar así una aparatosa caída o resbalón.
Los cables están como dueños y señores de ambas calles, tal cual chivos sin ley; se arrastran por los contenes, se enganchan de diferentes maneras a los postes de luz o el edificio que más apetecible les parezca. En las esquinas parece que dialogan plácidamente y continúan inmóviles si una mano o algún pié intruso no les retira o espanta.
Parecería que el padre de todo este cableado duerme su plácido sueño próximo a la esquina formada por las calles antes mencionadas, (Dr. Dargam y México). Ahí está el, vestido de riguroso negro, enrollado como serpentina o serpiente al acecho de su presa. Nadie lo mueve, los estudiantes lo eluden, brincan sobre él para no pisarlo. Y así permanece, por largas horas, impávido e indolente a cuanto le rodea.
Las materiales en cuestión son tan especiales, que los “motoconchistas y carretilleros buscavidas” no los recogen para venderlos como chatarras. Cualquiera sabe la sorpresa que uno puede llevarse al movilizarlos.
Los sobrantes de estos cables decorativos, ¿se integran a la decoración de la ciudad? Basta con las líneas eléctricas que cuelgan desde que se creó la compañía responsable del suministro de este servicio, elementos visuales un tanto desagradables, para que también tengamos que resignarnos ante la impertinencia de estos nuevos y horrorosos especímenes ornamentales.
Estos hilos, plásticos o metálicos, no aparecieron como los espectros, quienes trabajaron con ellos nos dejaron sus residuos y la basura de los mismos. ¿Cuál es su compañía propietaria; quién o quiénes deben retirarlos de las calles y aceras? Con los ratones y cucarachas que merodean entre los desperdicios alimenticios y otros desechos, tenemos más que suficiente. Ya está bien, ¿o no?
La presencia de árboles, palmeras, almendros, laureles; el nín con su leyenda de espanta mosquitos; las acacias y trinitarias, y hasta la sábila, entre otras, además de embellecer, favorecen al medio ambiente. Por una hermosa ciudad, los aludidos cables deben “guardarse” en los zafacones correspondientes, no sobre las aceras ni enredados entre la floresta citadina. Necesitamos, queremos y apreciamos los árboles, plantas y flores, pero estos antiestéticos y peligrosos cables ¡NOooo! Que nos dejen transitar libremente sobre las aceras, sin los riesgos que pueden acarrearnos estos desafortunados hilos, tanto plásticos como de metal.
No hay Comentarios Agregados...