Los ciudadanos dominicanos están indefensos ante el desenfreno de la violencia. Es cierto que no es un asunto nuevo.

En cualquier lugar de la ciudad te asaltan, con una pistola, un revólver o un arma blanca, te amenazan, te roban y tienes que quedarte tranquilamente en el lugar donde fuiste asaltado, a la espera de que los criminales se marchen y no te apuñaleen o te metan un tiro.

Esa es la realidad que vivimos todos los días en la capital dominicana. Quien va al trabajo, en horas de la mañana, está expuesto al robo, al atraco, al asalto en cualquier circunstancia. En un carro público, en una guagua del transporte colectivo, en el Metro de Santo Domingo o en su propio vehículo.

Al mediodía usted va a cualquier lugar donde venden comida y está expuesto al robo más insólito. Los delincuentes están al acecho. Si pestañea pierde, como dice la gente. El poco dinero que puede llevar en su bolsillo se lo llevan, sin mayor dificultad, y de paso le llevan su teléfono móvil, un reloj o cualquier objeto de algún valor mercadeable.

En horas de la noche, sigue siendo víctima de los delincuentes. Escasamente aparece algún agente policial que le proteja a usted o a su familia. Y los guardias de seguridad de los lugares que usted podría visitar tienen el encargo del cuidar las propiedades del lugar, no las suyas.

Por ejemplo, usted va con su familia a cualquier lugar en horas de la noche, un fin de semana cualquiera, y luego de compartir un momento familiar, regresa con los suyos al vehículo y se encuentra que ha sido desvencijado, que le han roto los cristales, que le han robado todo cuando guardaba dentro, y que por demás le destrozaron parte del interior del vehículo. El robo y la maldad juntos.

No tiene usted donde reclamar. Ni al negocio, ni a la policía, ni a los vecinos. Todo el mundo está acostumbrado a que eso ocurra a diario. Ya nos acostumbramos a que esta ciudad es violenta, que vivimos en un país donde los delincuentes de toda calaña tienen espacio abierto para sus actividades delictivas, sin consecuencia. Y de paso, si alguien osa poner en movimiento la ley le hacen ver que sería imposible. La impunidad está garantizada.

Sálvese quien pueda. Esa es la terrible lección que nos están dando nuestros adorables ladrones, y también nuestras muy estimadas autoridades. Nos jodimos.