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:: Volviendo a Narciso González
Volviendo a Narciso González

Por: Andre L. Mateo/Acento - 10/04/2014

¿Cómo es posible que los asesinos de Narciso González no estén en la cárcel?  ¿Cuál es el símbolo de su desaparición, a través de los años transcurridos?

Debería ser la derrota  definitiva del autoritarismo. El autoritarismo ha funcionado uniformemente en la historia dominicana, como una coartada que anuncia o justifica operaciones represivas, destinadas a salvar el valor inmanente del “orden” o “la paz”.  Las palabras “orden” y “paz” acumulan en la historia nacional, y en Latinoamérica, los determinismos más siniestros del poder personal. De Lilís a Balaguer, pasando por la cantata del trujillismo, las palabras “orden” y “paz” se vuelven un eufemismo en el que se encarama el sentido práctico del manejo del poder, las sutilezas que justifican todos los excesos del mismo. No hay un déspota en nuestra historia que no las haya empleado.

La sociedad dominicana no debe permitir que la desaparición de Narciso González quede sin sanción, y todos deberíamos arrimar el hombro para que la fiscal, Yeni Berenice Reinoso, llegue al fondo de los hechos

La sociedad dominicana tiene una maldita inclinación hacia el olvido, que los poderes cultivan con esmero. Uno podría hacerse muchas preguntas semejantes.    ¿Cuántos calieses trujillistas pagaron por sus crímenes? ¿Por qué nunca se ha investigado la desaparición de Henry Segarra, y sus torturadores materiales e intelectuales llevados a los tribunales? ¿Quién esfumó a Guido Gil cruzando el puente de San Pedro de Macorís, y por qué el “rameado general” responsable nunca ha respondido por ello? ¿Quién le pasó la cuenta a los crímenes de la “banda colorá”?  Es un prontuario muy largo, que indica nuestra preferencia por el olvido.  La historia dominicana es un vasto territorio del silencio.  En otras sociedades latinoamericanas, a las oleadas represivas del autoritarismo, les han seguido siempre sonados procesos judiciales. Con excepción del caso de las hermanas Mirabal (sólo parcialmente) y el de Orlando Martínez (también parcialmente), toda la represión política y el crimen de Estado luego de la caída de Trujillo ha quedado impune.

Pero la desaparición de Narciso González es el sitio exacto de la regresión que todos creíamos inconcebible. Fue un signo del poder desmemoriado que nos exigía quedarnos estacionados en el miedo. Fue recuperar el estado triunfante del asesinato político, la impunidad, las angustias sin nombre de las desapariciones. El autoritarismo está siempre agazapado  entre bambalinas en la sociedad dominicana. Y todos deberíamos recordarlo.  ¡Hay que zarandear la memoria, obligarla a mirar la turbia historia del pasado inmediato, y no conformarse con el hecho consumado!  Reflexionar sobre la amenaza arrogante de un orden que elimina la disidencia mediante el expediente del asesinato político; o que trivializa el crimen creando  la opción falsa del suicidio, para encubrir a los verdaderos culpables. ¡Narciso González debería ser el último mártir de  la intolerancia  del autoritarismo!  Y no es posible que, a estas alturas, todo el estupor que provocó su desaparición, se refugie en el silencio y la impunidad, como si fuera otra “página en blanco”, que se sublima y dibuja en la indiferencia oficial.

Quienes fuimos amigos de Narciso González conocíamos su carácter. Gritaba al hablar, su vida resabiosa era un juego de espejos de sus trajines justicieros, de sus sueños de igualdad, de su discurso iracundo contra la soberbia del poder. Un ser indoblegable, un espíritu indomable y rebelde ante la desigualdad y la injusticia de la sociedad que le tocó vivir.  A raíz de la caída del trujillato, su padre tenía una peletería en la calle Hermanos Pinzón, por Villa Consuelo. Era una familia marcada por el antitrujillismo, y los “paleros de Balá”, grupo de choque de los remanentes trujillistas, incendiaron el negocio familiar.  Recuerdo como ahora el rostro de Narciso, las llamaradas iluminando su cara, el frío espanto de quienes entonces éramos muchachos despertando a la vida. Después fuimos compañeros de trabajo en la Universidad por largos años, y soy testigo de sus afanes y su enorme vocación por la justicia. Vivió bramando por los demás, su sacrificio es un vivo testimonio de desprendimiento.

La sociedad dominicana no debe permitir que la desaparición de Narciso González quede sin sanción, y todos deberíamos arrimar el hombro para que la fiscal, Yeni Berenice Reinoso, llegue al fondo de los hechos. ¡Ya es tiempo de renunciar a esa maldita inclinación al olvido!



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