Mirando los premios Soberanos y sus celebridades desfilar por la alfombra de la vanidad, mostrando al mundo sus exquisitos gustos por las modas, las tendencias en diseños, las joyas caras y demás parafernalias he reparado en que los pobres no tienen buen gusto.

El buen gusto, en la sociedad mercantilizada y hedonista, guarda relación directa con la apreciación o el uso por las ropas de marcas, carros de lujos, diseños hechos a la medida y una imagen física impecable.

El buen gusto también está relacionado con el arte, especialmente con la pintura, la música clásica y artistas tradicionalmente insertados en el gusto de las generaciones mayores como Pavarotti, Plácido Domingo, Serrat, Sabina, Cortés, Cabral, entre otros, o exhibir un cuadro de Picasso, Miguel Ángel o Da Vinci.

Visto así se puede interpretar que el buen gusto está proporcionalmente relacionado con las élites económicas y culturales y es por ello que los pobres no tienen buen gusto.

En vez de lucir un cuadro de los pintores señalados adornan sus paredes con el cuadro de una niña desnuda sentada en la grama con las piernas cruzadas, aparentemente extrayendo algo del dedo pulgar de su pie derecho o el de unos perros que juegan a las cartas mientras dos de ellos intercambian con sus patas, por debajo de la mesa, alguna carta haciendo trampa.

No escuchan los artistas clásicos mencionados, sino el dembow o el reggaetón, satanizados por las élites musicales quienes entienden que el barrio no tiene nada que aportar y encasillan sus aportes musicales en un término peyorativo como “música de calle”.

Quizás no idolatran a Mozart o Vivaldi, sino a Omega con escándalos al granel, a Mozart la Para, Vakeró, el Poeta Callejero, la Materialista, el Lápiz Consciente, entre otros.

El pobre no tiene buen gusto porque no compra ropa de marcas en las grandes plazas, sino en Villacón, abájate boutique, todo a 10 y de pacas.

Por lo general el pobre atribuye a Dios las razones de su pobreza, porque el mismo sistema que crea la cultura del mal gusto, en contubernio con la Iglesia Católica, han sembrado la idea de que el Reino de Dios es para los pobres. De ahí que no entiendan que su pobreza se debe a un sistema diseñado para acrecentar la brecha entre ricos y pobres enarbolando como buen gusto lo que hagan los ricos, y como mal gusto lo que hagan los pobres.

Cuando un exponente urbano, surgido de las entrañas del barrio logra destacarse, se produce una especie de desarraigo de su realidad pues, aunque promueva la música del mal gusto, debe proyectar el buen gusto.

Por eso los videos que se realizan de los exponentes urbanos están totalmente divorciados de la realidad de donde provienen: se observan carros de lujo, mujeres de puticlub, mansiones lujosas y todo un contexto de ensueño en el que jamás han vivido.

Aunque los pobres luchen por tener buen gusto, si no llegan a los estándares de los Premios de alfombras vanidosas, seguirán sin tener buen gusto y, tal como se apreciara en la premiación, se ha decidido invitarles a apreciar el buen gusto e inflar la vanidad de las estrellas prodigando un autógrafo, una foto o selfie si fuera el caso. Lo que quizás no advierten los promotores de la vanidad y el sin sentido es que el contraste con la pobreza es tan evidente que el espectáculo termina siendo una denuncian social de mal gusto.